CAPÍTULO 14

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Walter seguía regañándolo como si todavía tuviese diecinueve años, lo hacía con esa autoridad que sus padres habían dejado sobre él. Sin decir una sola palabra se levantó de la cama, descolgó del atril la solución salina y caminó hasta el sillón donde Walter había dejado el bolso que le había traído.

—Algunas veces preferiría que solo actuaras como mi abogado —comentó agarrando el bolso, sin importarle que Walter le viera el culo que la bata le dejaba expuesto y se fue al baño, donde se encerró.

Lo abrió encontrándose dentro un traje y un pijama, ambos mal doblados, lo que dejaba claro que ni siquiera le había pedido a alguna de las mujeres del servicio que le prepararan el bolso, sino que lo hizo él mismo.

Sacó el pijama, ya que por orden médica debía pasar más tiempo encerrado en esa maldita habitación, con lo que odiaba que lo privaran de libertad, con un poco de dificultad por el collarín y la aguja en su antebrazo, consiguió ponerse el pantalón del pijama y por fin se deshizo de la ridícula bata quirúrgica.

Quiso ponerse la camisa, pero sabía que sería una travesía mucho más complicada, por lo que decidió quedarse solo con el pantalón, dejó la bata sobre el lavabo, en ese instante se miró al espejo percatándose de que también tenía un parche en la frente y que un notorio hematoma adornaba la parte izquierda de su rostro, estaba seguro de que en muy poco tiempo mejoraría, habían sido peores las huellas de las ocho palizas que había recibido en prisión en quince años, pocas, comparadas con otros reos. Agarró el bolso y salió del baño.

Walter esperó pacientemente a que Edmund saliera del baño, para seguir con sus reproches.

—No puedo solo limitarme a actuar como tu abogado, velo por tu bienestar. No quiero que eches a perder el hombre en el que te has convertido solo porque no sabes controlar tus excesos.

—Fue un accidente, si no crees en mi palabra, puedes buscar el reporte policial —dijo totalmente a la defensiva.

—Creo en tu palabra, siempre lo he hecho, pero bien sabes que el accidente pudo haberse evitado si hubieses tenido todos tus sentidos puestos en conducir y no en tus amigas.

—Si te hace sentir mejor, no volveré a conducir mientras este acompañado.

—A mí no me hace sentir mejor, es tu vida la que pones en juego, ¿quieres volver a prisión? —preguntó consciente de que lastimaba la herida que nunca sanaría en Edmund.

—Ni siquiera voy a responder a esa pregunta.

—No es necesario que lo hagas porque perfectamente sé la respuesta, sé que prefieres morir antes que volver a prisión... En este momento estoy siendo duro contigo y tal vez sea el fin de nuestra amistad, pero prefiero eso a romper la promesa que le hice a tu madre.

—Hace mucho tiempo que mi madre murió, desde el mismo instante en que dejó de respirar has estado libre de esa promesa.

—Si me hubiese liberado de esa promesa en el instante en que tu madre murió todavía seguirías en prisión, no pretendas que me libere ahora solo por tu conveniencia.

—Ya no soy el mismo chico de diecinueve años, Walter soy un hombre de treinta y tres años, si tu promesa era sacarme de prisión, ya han pasado tres años desde que la cumpliste, no te comprometas más.

—Mi promesa no era sacarte de prisión, mi promesa era cuidar de ti como el hijo que nunca tuve.

Edmund se quedó mirando a Walter parado frente a él con las manos en los bolsillos del pantalón, y no encontró ninguna palabra para seguir con la conversación, solo entonces comprendía porque había permanecido a su lado en todo momento.

LEY DE TALIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora