CAPÍTULO 3

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Edmund tuvo la certeza de que April realmente se había marchado del club Madonna en South Beach, cuando lo visitó el siguiente viernes es busca de un poco de distracción, y su chica de cabellos dorados y platica agradable, ya no estaba.

Solo por asegurarse le preguntó a una de las bailarinas y la mujer le confirmó, que ciertamente April había dejado ese lugar. Para lidiar con la extraña nostalgia que lo embargó, decidió pasar varias horas agradables en compañía de la "Cubana", quien contaba con la experiencia y disposición suficiente como para hacerle olvidar que afuera el mundo seguía siendo una mierda.

Al salir del local a altas horas de la madrugada, se fue a su departamento, se dio un baño y se metió en la cama donde se quedó dormido hasta mediodía. Esa era su rutina de todos los viernes, de puta en puta, así se fueron sumando los meses, hasta que por fin obtuvo la identificación con su nuevo nombre.

Todos los documentos llevaban el nombre y el apellido al que le tocaría acostumbrarse, porque desde ese instante dejaba de ser Edmund Broderick, para convertirse en Erich Worsley.

Se había prometido que con la nueva identificación intentaría una vez más buscar trabajo y dejar de vivir solamente del dinero que había obtenido de la venta de la casa de sus padres.

Era un día cualquiera de la semana, cuando despertó a medianoche para ir al baño, después de mear regresó a la cama y en la oscuridad se quedó mirando al techo, reviviendo el estado de alerta que siempre lo gobernaba en prisión, recordaba que las primeras noches no conseguía dormir, que el miedo no lo dejaba cerrar los ojos y estaba atento a cualquier ruido, por mínimo que fuera.

Solo Dios sabía por qué se había salvado de algún ataque sexual por parte de los demás reos, tal vez porque sus compañeros se lo pasaban juntos muy bien y no querían involucrar a un tercero en esa extraña relación, donde de noche eran apasionados amantes, pero de día eran hombres sin escrúpulos que imponían el miedo sobre los demás.

Él sabía que quienes tenían sexo en la cama de al lado eran dos hombres, pero su excitación no conocía de género, solo se dejaba llevar por los sonidos lascivos de los cuerpos, por lo que sin que ellos se dieran cuenta, él terminaba participando de cierta manera en sus encuentros homosexuales, al recurrir a la masturbación.

En prisión cada quien vivía su sexualidad con los medios que poseía, ya fuesen con compañeros de celda o imaginando a mujeres mientras sus manos se movían con destreza sobre sus vergas. En prisión todos terminaban siendo auténticos y diestros pajeros.

Era imposible borrar de su mente ese día en que un policía lo sacó de su celda, estaba seguro de que abusaría de él, como habían hecho con tantos otros, pero contrariamente de que le rompieran el culo como tanto temía, lo obligó a que se lo cogiera, eso tuvo que hacerlo por varios meses y aunque no fuera de su agrado, al menos lo aprovechó para obtener algunos cigarrillos gratis.

Pensar en eso le provocó fumar, por lo que, a tientas en medio de la oscuridad, buscó sobre la mesita de noche la cajetilla y el encendedor.

Su mirada gris se concentró en la candela del cigarrillo que poco a poco fumaba, disfrutando del sabor a nicotina en su paladar y del aroma que se concentraba en su pequeño apartamento que no contaba con espacio para una persona más.

Después de apagar la segunda colilla, se levantó de la cama, seguro de que no volvería a dormir, al menos no por el momento. Encendió la luz de la lámpara sobre la mesita de noche, permitiendo que la escueta claridad iluminara tenuemente el lugar.

Caminó por el apartamento sin saber qué hacer, se fue hasta la cocina que la dividía una barra del resto del lugar, abrió el refrigerador y bebió directamente de la botella un gran trago de agua.

LEY DE TALIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora