CAPÍTULO 4

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Había llegado al punto en que trabajar solo y desde su departamento ya no era posible, por lo que desistió de vender una oficina ubicada en Brickell, para quedarse con ella, e hizo más formal su negocio, por lo que lo registró como Worsley Homes, sabía que apenas contaba con un piso y tres empleados, los cuales eran estudiantes universitarios, pero por algo debía empezar y sus presunciones no encontraban límites.

Había equipado la oficina con toda la tecnología necesaria para que su negocio siguiera prosperando, tan solo salía a ofrecer o buscar propiedades tres veces por semana, el resto de los días se los dejaba a sus empleados que contaban con vehículo propio.

Para él ya era un hábito comer en su escritorio, mientras trabajaba en la computadora o con el teléfono.

Lamentablemente esa mañana no había sido la mejor, por tercera vez el banco había rechazado su petición de préstamo e inevitablemente su estado de ánimo estaba como la mierda. Tanto como para pedirle a Kevin, a Scott y a Jensen que salieran de la oficina, porque no pretendía pagar con ellos su molestia.

Había estudiado todas las posibilidades de poder expandir su negocio, de poder ser alguien dentro del mercado y el banco no le facilitaba las cosas, pero no por eso desistiría. Sabía que había una posibilidad y que era un cuchillo de doble filo pero se arriesgaría, porque desde hacía mucho había perdido el miedo.

Levantó el auricular y llamó a Walter para reunirse con él y que lo aconsejara.

Esa misma tarde cuando dio por terminado su día laboral, se fue hasta Larios on the Beach, restaurante donde esperaría a su abogado, porque necesitaba hablar con él, no como amigo, sino como profesional.

Entró al edificio de tres pisos de estilo colonial en el que ondeaba en lo alto una bandera de Estados Unidos, la fachada del lugar estaba pintada en colores blanco y azul, contaba con altas ventanas de barrotes de madera, creando una desafiante combinación cubano americana.

Se ubicó en una mesa lo más alejada posible de las demás personas que disfrutaban animadamente del ambiente, para tener un poco más de privacidad.

El mesero le ofreció un mojito entre otras bebidas refrescantes, pero realmente prefería algo más fuerte, por lo que pidió una botella de ron Caney con dos vasos.

Cuando el hombre moreno de ojos grandes se fue por la botella, su mirada gris se ancló en la bandera cubana elaborada con azulejos en la pared a su lado derecho, lo que le daba un poco de color a la decoración que en su mayoría era en tonos claros, mientras le ponía atención a la poderosa voz de Celia Cruz, que entonaba un bolero.

Esperare que las manos me quieras tomar

Que en tu recuerdo me quieras por siempre llevar

Que mi presencia sea el mundo que quieras sentir

Que un día no puedas sin mi amor vivir

Esperare, a que sientas nostalgia por mí

A que me pidas que no me separe de ti

Tal vez jamás, seas tú de mí, más yo mi amor, esperare...

Llevaba el segundo vaso de ron cuando Walter llegó al encuentro, después de un fraternal abrazo se sentó en la silla del frente.

—Me tiene un poco intrigado eso tan importante que quieres contarme —dijo el hombre mientras le hacía una seña al mesonero para que se acercara.

LEY DE TALIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora