Una vez más había perdido el rastro de April, se había marchado del hospital y él sin saber dónde vivía o trabajaba, ni siquiera conocía su apellido y sentía que volvía al callejón sin salida, pero ahora totalmente preocupado, porque estaba seguro de que algo malo pasaba con ella y no consiguió la manera de enterarse.
Cientos de teorías daban vueltas en su cabeza, desde que el hombre que la había visitado en el hospital seguía prostituyéndola en contra de su voluntad, hasta llegó a pensar que tal vez, el causante de la angustia de April era él, recordó que un par de años atrás, había tenido sexo con ella sin protección y pensó en la absurda teoría de haberla embarazado y que ahora no sabía cómo decirle que lo había convertido en padre; sin embargo, suponía que April usaba algún otro método anticonceptivo que reforzara al preservativo, porque la tarde anterior habían tenido sexo sin usar ningún tipo de protección y ella no mostró preocupación en ningún instante.
—¿Y si tiene VIH? —se preguntó e inevitablemente temía que lo hubiese contagiado.
Siempre latía en él esa preocupación porque era consciente de la vida de excesos sexuales que llevaba; aunque se cuidaba y se hacía la prueba regularmente, no estaba exento de terminar infectado.
Se despertó en él la ansiedad por hacerse la prueba, pero por experiencia sabía que debía esperar veinticinco días y repetírsela en tres meses, no ganaría nada con perder los estribos y correr a buscar anticuerpos que aún no podían estar en su sistema inmunológico.
El doctor le había firmado el alta, después de haberle retirado el maldito collarín que le habían puesto debido al esguince cervical que había sufrido, agradecía que solo hubiesen sido tres días; sin embargo, el dolor seguía, por lo que el médico le recomendó reposo y medicación por 48 horas más.
En poco tiempo llegó el chofer que Walter le había enviado para que lo llevara hasta su casa donde debía cumplir las órdenes médicas.
Le pareció realmente exagerado de parte de Walter que también hubiese contratado a una enfermera, que para su mala suerte, no era para nada atractiva y muy mayor, lo que la dejaba totalmente fuera para ser seducida. Su amigo algunas veces pareciera que verdaderamente no lo consideraba en lo más mínimo.
Al llegar a la casa Edmund fue recibido por dos de las mujeres que mantenían impecable y en total orden la propiedad de tres pisos.
Mandó a preparar algo de comida y aunque deseaba ir a la piscina para tomar un poco de sol, en alguna de las tumbonas, la enfermera no se lo permitió y le ordenó que fuese a su habitación.
No tenía ánimos para discutir por lo que obedeció y se fue a la cama, con la ayuda de la enfermera para que no tuviera que mover tanto el cuello, almorzó, sintiéndose estúpido por tener que ser atendido en algo tan básico como comer.
No pretendía estar acompañado las veinticuatro horas y después de la comida, mandó a una de las mujeres del servicio que llevaran a la enfermera a una hitación, no sin antes pedirle que abriera las puertas de cristal que daban al balcón, porque ansiaba un poco de aire fresco.
Estar solo le desesperaba, no podía estar entre esas cuatro paredes, por lo que con cuidado se levantó y se fue al baño, después de una ducha de agua tibia, se vistió con uno de los tantos trajes que habían hecho a su medida, evitando la corbata para no empeorar la inflamación.
Al salir del vestidor se tomó los medicamentos mucho antes del tiempo en que le correspondía, lo hizo para evitar que el molesto dolor en la espalda y cuello regresaran en cualquier momento.
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LEY DE TALIÓN
Ficção GeralLEY DE TALIÓN. Edmund Broderick entregó su corazón a la chica menos indicada, por lo que le tocó asumir las consecuencias, y con tan solo diecinueve años fue condenado a estar quince años en prisión, donde tuvo que decir adiós a sus sueños, para vi...