Se había terminado la taza de té y derramado varias lágrimas, las que se limpió para que los asistentes no vieran su tristeza. Entonces decidió que era momento de irse a otro lugar.
Se levantó, caminó de regreso a la mesa, donde dejó la taza; volvió a recorrer el salón, en medio de las personas que seguían conversando y comiendo. El murmullo de todas esas voces la atormentaba, por lo que decidió escaparse, sin importar que su padre después la reprendiera.
Subió las escaleras y caminó por el pasillo que la llevaba a las habitaciones, mientras acariciaba con las yemas de sus dedos las sábanas que cubrían los espejos.
La primera noche se vio tentada a quitarlas, para saber si era cierto que podría ver a su madre en alguno de ellos, pero temió que su alma quedara atrapada, por lo que prefirió contener sus deseos.
Sus pasos la llevaron justo a la puerta de su habitación, pero a punto de abrirla, decidió ir a la recámara de su madre, donde esta había dormido por tantos años. Aprovecharía que su padre estaba entretenido con la reunión y tendría la libertad para ahogarse en sus recuerdos.
Entró y cerró la puerta, era como si se adentrara a un lugar prohibido, porque así se lo había hecho creer su padre. Siempre decía que los niños no podían interrumpir en la privacidad de los mayores, por lo que entrar ahí solo estaba permitido en momentos extremadamente necesarios, y siempre bajo la atenta supervisión de él o de su madre.
Natalia se sentó al borde de la cama, del lado que ocupaba la mujer que le había dado el ser, cerró los ojos, esperando sentir su presencia, mientras el pecho se le agitaba ante las ganas de llorar.
Un vago olor a fármacos todavía se podía percibir, abrió los ojos y abrió el cajón de la mesa de noche, ahí aún había medicamentos; sus manos empezaron a temblar y se las llevó al rostro, sin poder evitarlo se echó a llorar.
Sabía que iba a ser muy difícil, que la muerte de su madre no iba a superarla en mucho tiempo, posiblemente nunca lo haría. Sintiéndose destrozada y vacía por dentro, se acostó en la cama, acurrucada en el puesto que siempre había sido de su madre.
Ahí lloró por un largo rato, hasta que le dolió la cabeza y casi no podía abrir los ojos por lo hinchados que los tenía.
Pensando en alguna manera de sentirse mejor, se levantó y caminó al vestidor, donde se encerró; sabía que ahí sus padres guardaban los álbumes de fotografías, algunos vídeos, ropas de Levka y de ella cuando eran niños; es decir, era como un gran baúl, donde solo se inmortalizaron los buenos momentos, porque las palizas e insultos de su padre nunca fueron retratados, mucho menos grabados, solo guardaban la parte perfecta de la familia.
Su padre solía decir que todas las familias tenían problemas, que todas tenían su lado oscuro, sus trapos sucios, pero que ninguna lo hacía público, porque los problemas se resolvían dentro del hogar.
Natalia rebuscó en los armarios y cajones, hasta que encontró los álbumes y varias carpetas que contenían documentos; imaginó que los papeles eran las escrituras legales de la casa o escritos con algún valor sentimental para sus padres, como para que todavía permanecieran con ellos.
Se sentó sobre la alfombra y dejó todo a un lado, agarró un álbum que ya había visto otras veces, porque su madre se lo había mostrado.
Eran fotos de sus antepasados en Moscú, antes de que sus abuelos huyeran y se radicaran en Estados Unidos.
Había fotos de cuando sus padres eran novios, después cuando se casaron; realmente se veían felices. Otras de su madre embarazada de Levka, y de su hermano recién nacido.
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LEY DE TALIÓN
General FictionLEY DE TALIÓN. Edmund Broderick entregó su corazón a la chica menos indicada, por lo que le tocó asumir las consecuencias, y con tan solo diecinueve años fue condenado a estar quince años en prisión, donde tuvo que decir adiós a sus sueños, para vi...