CAPÍTULO 25

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El corazón de April se rompía en mil pedazos cada vez que entraba una enfermera a la habitación, y el pánico en su pequeño Santiago se despertaba, casi no podía contener las lágrimas cada vez que él se aferraba a ella, suplicándole en medio del llanto que se lo llevara, que lo sacara de ahí, ya no quería que siguieran pinchándolo.

No importaba qué tácticas usaran las enfermeras, simplemente con ir vestidas de blanco, él lograba identificarlas.

No había nada más que deseara en el mundo que alejarlo de tanto sufrimiento emocional y físico, pero sabía que era necesario medicarlo y realizarle todas las pruebas.

—Ya Santi, no te hará nada... la chica solo te quiere saludar —le decía tratando de alejarlo un poco de su cuerpo.

—¡No! No quiero... —sollozaba parado en la cama y con los brazos le cerraba fuertemente el cuello a su madre.

—Otra vez tiene fiebre —le comunicó a la enfermera con la angustia vibrándole en la voz.

—Vamos a tomarle la temperatura —dijo la mujer morena de ojos almendrados.

—Si quiere puedo hacerlo yo, creo que será más fácil —dijo abrazada al niño que no dejaba de llorar—. Santi, la chica no te hará nada, solo vino a visitarte, quiere ver Peppa pig contigo... ¿quieres ver Peppa? —le preguntaba mientras le hacía señas a la enfermera para que le ayudara a convencerlo.

La mujer vestida de blanco agarró el control del televisor lo encendió y April le dio el número del canal.

—Santiago, mira —lo alentó la enfermera con voz cariñosa.

April negó con infinita paciencia al ver que no había conseguido distraer al niño.

Al enfermera dejó sobre la cama la bandeja que contenía le termómetro digital y caminó junto a la ventana donde estaba el sillón y se sentó. Comprendía perfectamente el miedo del niño, esa era su rutina.

Poco a poco los dibujos animados empezaron a captar la atención de Santiago, cuando se aseguró de que la mujer vestida de blanco ya no representaba una amenaza para él.

April esperó pacientemente a que se distrajera, admiraba los ojos hinchados de pequeño y aguarapados, sabía que era producto de tanto que había llorado y de la fiebre.

Aunque no había conseguido tomarle la temperatura estaba segura de que tenía fiebre, tenía las majillas tan calientes y sonrojadas, también lo notaba respirando más de prisa, eso realmente le preocupaba.

Poco a poco, tratando de ser lo más sigilosa posible agarró el termómetro, el niño al percatarse inmediatamente se tensó y empezó a llorar.

—No es nada, mira... tócalo.

Santiago negó con la cabeza y miraba con miedo el aparato.

—No hace nada Santi, es para que juegues... Mira qué bonito.

Aunque el niño no se atrevió a tocarlo, ella se lo acercó, jugueteó y le quitó la camiseta del pijama, hasta que por fin le perdió el miedo y consiguió ponérselo debajo de la axila izquierda.

Esperó a que el termómetro le indicara que ya había tomado la temperatura, su preocupación aumentó al darse cuenta de que Santiago tenía 39.7 º C, entonces comprendía porque su niño se sentía tan fastidiado y lloraba por cualquier cosa.

Le dijo a la enfermera, que ante la noticia se levantó.

—Vamos a tener que medicarlo, pero esperemos a que se calme un poco, mientras le traeré una solución electrolítica que lo mantenga hidratado.

LEY DE TALIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora