Natalia regresó a su oficina, a concentrarse totalmente en sus labores de ingresar datos numéricos en el sistema, archivar importantes documentos y preparar información que enviaría al IRS.
Eso ayudó mucho a que el tiempo pasara muy rápido, no quería marcharse un par de horas antes de su horario de la mañana, sin antes dejar al día todos los pendientes que tenía en su agenda.
Estaba por levantarse de su escritorio cuando su móvil vibró, era Levka quien llamaba, seguramente para confirmar si iría a acompañar a su madre durante los exámenes que le iban a realizar.
—Hola Levka —contestó poniéndose de pie—. Sí, voy saliendo para la clínica... —respondió a las preguntas que su hermano le hacía mientras agarraba su cartera y visualmente verificaba que todo estuviese en orden en su oficina—. ¿Cómo te va? ¿Ya te hicieron las fotos? —Mostró interés por él.
Con un gentil ademán se despidió de su secretaria y siguió conversando con Levka en su camino, agradeció que el ascensor estuviese vacío para poder tener la libertad se hablar de sus cosas personales.
Cuando las puertas se abrieron en el estacionamiento, terminó la llamada y siguió hasta donde dejaba su auto aparcado. Subió, dejando el cartera y el teléfono en el asiento del copiloto, intentó encender el auto, pero al parecer tenía una falla.
—No, no puede ser... Vamos, vamos —susurraba intentado encenderlo, pero no tenía el resultado esperado—. Maldita sea, lo que me faltaba. —Pulsó el botón para abrir el capó y bajó.
Levantó la tapa y no tenía la más remota idea de qué hacer, no entendía nada de motores de auto, era unos de los trabajadores de la administración de su edificio, el encargado de hacerle el servicio necesario tres veces por semana.
Eso era insólito, le pasaba justo cuando estaba tan apurada, resopló para reservarse alguna palabra y se llevó las manos en jarras, para tratar de que su mente se iluminara o que por instinto adivinara que hacer.
Dejando el capó arriba, entró una vez más e intentó encenderlo, pero seguía sin arrancar. Volvió a bajar y se paró otra vez frente al motor, miró atentamente cada pieza, para ver si había algo que suponía estaría fuera de lugar.
—¿Puedo ayudarle en algo?
Natalia no pudo evitar sobresaltarse al escuchar la voz grave con acento turco, y terminó golpeándose en la cabeza con el capó, definitivamente había hecho el ridículo y quería que la tierra se la tragara.
—¿Se hizo daño? —La pregunta fue denotada con preocupación.
—No... Estoy bien, gracias —titubeó, evitando sobarse donde se había golpeado, para no aumentar su vergüenza.
Apenas podía creer que el señor Öztürk, estaba frente a ella, ofreciéndole ayuda. Suponía que ya debía haberse marchado.
—¿Segura de que puede solucionar el inconveniente? —preguntó paseando su mirada del motor a Natalia.
—Sí —mintió—. Es solo... solo, un cable suelto —inventó, tratando de no hacerle perder el tiempo al hombre.
Se sorprendió en el momento en que lo vio aflojándose la corbata y se la quitó, seguido de la chaqueta.
—¿Puede ayudarme? —preguntó tendiéndole las prendas.
—No es necesario señor Öztürk, de verdad, sé cómo solucionarlo. —Recibió las prendas que llevaban ese perfume que era tan seductor.
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LEY DE TALIÓN
Ficción GeneralLEY DE TALIÓN. Edmund Broderick entregó su corazón a la chica menos indicada, por lo que le tocó asumir las consecuencias, y con tan solo diecinueve años fue condenado a estar quince años en prisión, donde tuvo que decir adiós a sus sueños, para vi...