CAPÍTULO 5

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Edmund había recapacitado muy tarde sobre su arrebata actitud con April, no fue sino hasta al día siguiente cuando despertó en la alfombra de la sala de su casa, junto a una botella de whisky a la mitad y recordó que se había comportado como un imbécil, solo por dejarse llevar por la molestia y por creer que desde que era un hombre importante podía controlarlo todo y tener en su poder lo que se le diera la gana.

Tenía un puto dolor que amenazaba con reventarle la cabeza, por lo que se levantó, se tomó un par de calmantes y se fue a la ducha, donde permaneció por mucho tiempo.

Cuando bajó nuevamente a la sala, vistiendo solo un albornoz negro, ya la botella no estaba en la alfombra y los cojines del sofá habían sido organizados, escuchó algunos ruidos provenientes de la cocina por lo que caminó hasta el lugar, encontrándose con Mariela, quien era una de las asistentes al servicio de la casa.

—Buenas tardes señor Worsley... disculpe si lo he despertado —dijo la mujer que limpiaba la encimera de mármol.

—No te preocupes, no me has despertado, por favor prepárame algo para la resaca. —No se preocupó por ocultarle a la mujer que había estado bebiendo hasta altas horas de la madrugada, porque estaba seguro de que ya ella estaba enterada.

—Enseguida señor.

—Lo llevas a mi habitación.

—Sí señor, en unos minutos se lo llevaré.

Edmund asintió y se fue a su habitación para descansar un poco, porque la ducha de más de una hora ni los calmantes le habían surtido efecto.

Se metió en la cama buscando un poco de paz, pero era imposible conseguirla porque su comportamiento la noche anterior lo torturaba.

A los minutos llegó Mariela, como lo había prometido, traía en una bandeja un caldo de pollo y un jugo de tomate y menta.

Eso le ayudó de manera significativa, tanto que hasta consiguió volver a dormir, sin saber por cuánto tiempo, porque cuando despertó ya era de noche. Miró el reloj y eran las diez y media. Se desperezó un poco y volvió a ducharse, lo que lo hizo sentir como si hubiese vuelto a nacer.

Vistió un vaquero negro y una camisa gris, se peinó el cabello aún húmedo, hacia atrás, lo que hacía resaltar el color gris de sus ojos y se fue al Madonna.

Estaba seguro de que no encontraría a April, pero por primera vez estaba decidido a buscar información sobre ella, no pretendía volver a imponerle nada, tal vez solo quería disculparse y despedirse de manera definitiva y cordial, quedar como los amigos que habían sido, reparar las heridas que había ocasionado la noche anterior.

—Parece que alguien no ha tenido suficiente por el cumpleaños —dijo con una gran sonrisa una exuberante pelirroja de ojos azules. Al ver que Edmund se le acercaba.

—Hola Scarlett —saludó sin poder ocultar la preocupación que lo embragaba—. Esta noche no vengo en busca de entretenimiento... —Miró a ambos lados y los hombres empezaban a llegar, sabía que ella no contaba con mucho tiempo por lo que se apresuró—. Necesito saber de April.

—¿April? ¿Me hablas de alguna chica nueva? —preguntó y en sus ojos azules bailaba la incertidumbre.

Él no supo qué responder a las preguntas de Scarlett, seguramente lo estaba tomando por estúpido.

—Mi puta favorita, se llama April —Le aclaró—. Con la que me quedé anoche.

—¡Irina! —exclamó al fin con gran alegría—. ¿En serio se llama April? —preguntó frunciendo ligeramente el ceño.

LEY DE TALIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora