CAPÍTULO 39

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 Svetlana se sentía exhausta, aunque pasara todo el día postrada en esa cama, su energía estaba en el punto más bajo, era como si su motor hubiese agotado toda potencia, estaba cansada de estar cansada, eso solo la hacía sentirse impotente y quería que todo eso terminara lo más pronto posible, porque no solo era cansancio físico, era también emocional y mental.

Se sentía un ser totalmente inútil, porque no podía estar sentada ni mucho menos de pie, ya que no conseguía mantener el equilibrio, y no iba a aceptar el maldito andador porque no era una anciana.

Jamás imaginó llegar a ese punto, aunque ya llevaba meses en esa situación, aún era vergonzoso y humillante, tener que hacer sus necesidades fisiológicas en un sanitario portátil, que la mayoría del tiempo tenía que usar con la ayuda de sus hijos.

Ya no quería depender de la morfina, deseaba liberarse del dolor sin tener que usar tanta medicación, en algunos momentos deseaba quedarse dormida y no despertar jamás, pero en otros, temía dormir y no volver a despertar, porque a pesar de todo, no quería morir, no quería dejar a sus hijos, en especial a Natalia, porque su niña era tan vulnerable que temía que no superara su partida e intentara una vez más atentar contra su vida.

Escuchó la puerta abrirse, pero no podía abrir los ojos, porque estaba más concentrada en respirar.

—Buenas noches. —Escuchó la voz de su hija y olió su perfume, e hizo un esfuerzo sobre humano por sonreír—. Mamá, ¿te sientes bien? —preguntó alarmada.

—Sí, estoy bien —mintió, porque llevaba meses sintiéndose fatal, pero quejarse de su situación, solo heriría más a sus seres queridos.

No había nada más sanador que sentir la suave mano de su pequeña posarse sobre su frente, inevitablemente un torrente de lágrimas le subió a la garganta, porque sabía que disfrutar de esa maravillosa sensación, tenía su tiempo contado, pero con la mínima fuerza que aún poseía, se tragó su llanto y se obligó abrir los ojos, para mirar al rostro de su ángel.

—Qué bonita estás, seguro que el señor Öztürk... —Hizo una larga pausa para coger aliento—. No le prestará el mínimo de atención al lugar, porque tu belleza opacará todo lo demás.

Ya su hija le había comentado sobre la cena que tenía con un cliente de Worsley Homes en la cafetería de la clínica, aunque le suplicó infinitamente que fuera a otro lugar y le diera la importancia necesaria al hombre, no lo consiguió. Natalia no quería dejarla sola ni una sola noche, sabía que debía estar agotada, aunque se esforzara por no demostrarlo, ella sabía que sí lo estaba, y quería liberarla de tanta obligación.

Estaba hermosa, había ido a la peluquería a alisarse el cabello y se había puesto un lindo vestido floreado, con un escote reservado, pero muy sexi. Estuvo segura de que no era un simple cliente, por la manera en que se sonrojó mientras le contaba.

Anhelaba que su pequeña consiguiera un hombre que verdaderamente la quisiera, no uno que terminara lastimándola como lo hacía Sergey y Levka, uno que valorara la chica valiente y de espíritu noble que estaba tras ese muro de miedo e inseguridades, que había creado su marido con su maldita manía de seguir la absurda y ortodoxa cultura rusa, cargada de machismo.

Sergey había trasladado las leyes rusas a un país donde sus padres encontraron libertad, no lo entendía, realmente no entendía ese amor por un país que obligó a sus antepasados a refugiarse en otro, aniquilándoles la posibilidad de volver a sus raíces.

Tan solo un par de días habían pasado desde que le estaba leyendo las noticias de un portal ruso en el que la ley, permitirá que un marido les pegue a su mujer e hijas una vez al mes, y él se mostró totalmente de acuerdo. Estaba segura de que la cumpliría, como lo hacía con todos los estatutos rusos. A ella no le quedaba tiempo y temía que lo cumpliera con Natalia, como si ya no la hubiese lastimado lo suficiente durante toda la vida.

LEY DE TALIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora