Después de haberse reportado ante la ley, como lo hacía todos los meses, decidió ir a desayunar con April a un café cercano, porque bien sabía que esa mañana no tenía cosas importantes que atender en la empresa.
Pasaron mucho tiempo conversando mientras disfrutaban de la comida, ella pidió permiso para ir al baño, y se llevó la cartera. Edmund estuvo seguro de que lo había hecho porque le tocaba su medicación y no quería tomársela delante de él.
Sabía que era cuestión de tiempo, no podía evitar sentirse nervioso y ansioso, porque por la tarde también tenían la reunión pendiente con Aidan Powell, en la que se iba a discutir lo del autotransplante. Le aterraba pensar en las pocas probabilidades del éxito de la intervención, pero no podía desmotárselo a April, porque mayor era su temor a que desistiera.
Ella regresó del baño, pidieron la cuenta y se marcharon. Edmund Le pidió a Pedro que lo dejara en Worsley Homes, y que luego llevara a April al hospital.
El auto estacionó frente al rascacielos; antes de bajar, Edmund le acunó el rostro, disfrutando de esa sensación suave y cálida que le ofrecía a las palmas de sus manos, y ahogó su mirada gris en la hermosa azul de ella.
—¿Segura de que te sientes bien? —Le susurró su pregunta, dejando su tibio aliento sobre los labios femeninos.
—Sí, muy segura... Es hora de que vayas al trabajo, menos mal que no eres un empleado, porque si no, ya te hubiesen despedido por mi culpa —dijo sonriente, con las manos sobre el pecho de Edmund, sintiendo el latir rítmico de su corazón.
—Habría valido la pena, tú lo vales todo —confesó y le dio un par de besos, con ganas de querer quedarse sobre sus labios todo el día.
«Te amo» articuló ella, como si fuese un secreto entre los dos, y no quisiese que Pedro se enterara.
—Eso que me acabas de decir, es suficiente para hacer mi día perfecto... ¿Quieres bajar? Anda, acompáñame un rato —propuso, bajando lentamente las manos hasta su cuello.
—No sé Ed... No quiero hacerte sentir incómodo, mucho menos hacerte perder tiempo. Sé que tienes cosas importantes que hacer.
—De ninguna manera harás nada de lo que dices... Vamos. —Le sujetó la mano y haló la manilla—. Pedro, cambio de planes, espera en el estacionamiento —dijo Edmund antes de bajar.
—Lo siento Pedro —dijo April, casi siendo arrastrada por Edmund.
Él le sujetó la mano y entrelazó los dedos, provocando que a ella empezaran a temblarle las piernas. Justo en el momento que entraron al gran vestíbulo, el corazón empezó a martillarle con insistencia. Suponía que no debía poner a trabajar de esa manera a su afectado órgano, pero no podía evitarlo, al ver que todas las miradas estaban puestas sobre ella.
Las personas intentaban disimular al saludar a Edmund, quien realmente le parecía un tanto arrogante, aunque tal vez era su manera de ser el líder.
El lugar era maravilloso, todo era blanco y plateado, solo algunos muebles negros daban un poco de color a ese lugar que parecía infinito, donde abundaban las sonrisas mecánicas.
Cuando entraron al ascensor, sintió que por fin volvía a respirar.
—¿Estás nerviosa? —preguntó él.
—Mucho —suspiró, como quitándose un peso se encima—. Todos me miran... Me siento como si fuese una extraterrestre —dijo, pensando que gracias al cielo se había puesto un pantalón de tela de lana color pizarra y una blusa de seda blanca. Suponía que estaba presentable para el lugar.
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LEY DE TALIÓN
General FictionLEY DE TALIÓN. Edmund Broderick entregó su corazón a la chica menos indicada, por lo que le tocó asumir las consecuencias, y con tan solo diecinueve años fue condenado a estar quince años en prisión, donde tuvo que decir adiós a sus sueños, para vi...