CAPÍTULO 42

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Edmund pausó la conversación de negocios que mantenía por teléfono con uno de los ingenieros de la obra que se había puesto en marcha en Panamá, para concederle el permiso a su secretaria, quien entró con una adorable sonrisa, mostrándole el par de entradas para el partido de esa noche.

Sonriente y en medio de señas le pidió que permaneciera en el lugar. Judith esperó al menos un minuto a que su jefe terminara de hablar por teléfono.

—Pensé que no las encontrarías —dijo Edmund, al tiempo que colgaba el teléfono.

—Ya sabes que tengo mis contactos —aseguró con supremacía, mientras deslizaba los tickets por el cristal tintado del escritorio—. Ahora sí, ¿con quién vas? —escudriñó, elevando una ceja en un gesto pícaro.

—La curiosidad mató al gato. —Se apoderó de las entradas—. Pero en unos días te contaré. —Las guardó en el bolsillo interno de su chaqueta para no olvidarlas—. Ahora debo irme, porque tengo una reunión muy importante. —Se levantó, dejando a su curiosa secretaria con las ganas de saber a quién llevaría al partido de fútbol de esa noche.

Salió de la oficina y durante todo el trayecto se mantuvo en silencio, esperanzado y nervioso, con la mirada puesta en la calle, admirando a través del cristal como la ciudad pasaba convirtiéndose en un borrón, mientras Pedro escuchaba música en español y a bajo volumen.

Llegó al hospital donde Aidan Powell tenía su consultorio, lugar en el que lo había citado, en recepción no pudo evitar empezar a sentirse nervioso, porque temía que le diera malas noticias, toda la esperanza con la que había salido de su oficina se había diluido.

—Buenas tardes, busco al doctor Aidan Powell. —Se anunció con una de las mujeres que se encontraban en recepción, mientras que la otra hablaba por teléfono.

—¿Tiene cita con el doctor? —preguntó, sin prestarle mucha atención a Edmund, estaba más concentrada en el monitor del computador.

—Eh. —No sabía qué decir—. Supongo que sí, tengo una cita con él.

—¿Es primera vez?

—Mi visita no es médica, es personal.

—Entiendo. —Dejó en evidencia la duda, pero levantó el teléfono—. Su nombre, por favor.

—Erich Worsley.

La mujer asintió y marcó a la extensión.

—Giselle, tengo al señor Erich Worsley en recepción, dice que tiene una reunión con el doctor Powell. —La mujer hablaba mientras Edmund esperaba atentamente—. Sí, enseguida lo hago pasar. —Colgó el teléfono y lo miró a los ojos—. Segundo piso a la derecha, tercer consultorio. Los ascensores están al final del pasillo a la izquierda.

—Gracias. —Asintió, demostrando haber entendido la explicación de la mujer de ojos marrones y piel morena. Mientras que la rubia seguía hablando por teléfono.

El pasillo hasta los ascensores se le hizo eterno, se sentía extraño, como si estuviera en otra dimensión, como si su cuerpo fuese impulsado por algo que no era él, en ese momento era como un avión con piloto automático.

Al subir al ascensor iba acompañado, pero se sentía solo y totalmente aturdido, realmente estaba muy nervioso y no podía gobernar esa sensación que lo doblegaba.

En el segundo piso salió en compañía de otras personas y él se dirigió hasta el centro de información que estaba a su derecha, ahí preguntó por el consultorio del doctor Powell, y una chica rubia de ojos grises y nariz respingada, amablemente le indicó dónde estaba el consultorio, informándole que ya lo estaba esperando.

LEY DE TALIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora