CAPÍTULO 46

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Al salir del hotel en compañía de Walter, quien no lo había dejado solo ni un minuto, fue consciente de las miradas poco disimuladas que los empleados del hotel se dedicaron entre sí.

Sabía lo que pasaba por sus mentes, pero poco le importaba; que pensaran que su abogado y él eran pareja le valía mierda. No iba a dejar la seguridad de sus preferencias sexuales, por las ideas forjadas en las cabezas de quienes no podían ser conscientes de su problema.

Ya había tenido la oportunidad de comprobar con ambos sexos cuál era el que realmente disfrutaba, y no necesitaba de la aprobación de quienes no iban a verse involucrados.

Después de dos días sin retornar a su casa, Edmund llegaba, porque creía haber encontrado el valor para enfrentar a April, y no terminar quebrado. Suponía que ya contaba con la fortaleza suficiente para externamente ser ese pilar que ella necesitaba, aunque por dentro siguiera destrozado.

La decisión estaba tomada, aunque Walter siguiera pensando que era una locura, él no lo veía de esa manera, porque sería peor tener que vivir otra pérdida. Esta vez quería ser él quien se librarse de eso; aunque sacrificarse por April fuese un acto de cobardía, no quería criar a su hijo solo, no quería volver a sentirse destruido. Decidió que ya no afrontaría más los golpes de la vida.

Sabía que ella debía estar en el hospital con Santiago, pero él prefirió ducharse y cambiarse de ropa antes de visitarlos.

Le extrañó que Chocolat no apareciera, pero como no era amante de la enérgica bienvenida que le daba el cachorro, no le dio importancia y subió a su habitación.

Se fue directo al baño, y sin perder tiempo se duchó; inevitablemente, se dio cuenta de que hacía falta el cepillo de dientes de April, cuando buscó el suyo.

Sabía que algo no andaba bien, por lo que salió del baño y se fue al vestidor, percatándose de que hacían falta algunas prendas de ropa. Vistiendo solo la toalla alrededor de sus caderas, salió de la habitación y se fue a la cocina, donde sabía que siempre había personal de servicio.

—Claudia, ¿dónde está April? —preguntó, sin importarle que la mujer se mostrara un tanto sorprendida por su apariencia.

—Eh..., eh —titubeó un poco debido a los nervios, pero no sabía si era por ver a su jefe casi desnudo o por la pregunta a quemarropa que le había hecho—. Ella se marchó.

—¿Cómo que se marchó? ¿A dónde?

—No lo sé señor, no me dijo nada. Supongo que se fue porque se llevó una maleta y a Chocolat, su madre también la acompañó.

—Mierda —gruñó, y antes de que la mujer siguiera hablando, regresó a su habitación y se vistió rápidamente.

En menos de diez minutos ya Pedro lo llevaba al hospital, porque estaba seguro de que ahí la encontraría.

Nunca imaginó que April complicaría más las cosas, amaba y disfrutaba del género femenino, pero definitivamente, no conseguía entenderlo; y eso lo exasperaba.

Quería comprender por qué se había marchado de la casa; sí, desapareció por dos días, pero ese no era motivo para una decisión tan radical.

Llegó al hospital, y sin perder tiempo, se dirigió a la habitación de Santiago y abrió la puerta sin anunciarse. Encontrarse con el niño despierto, era un cálido rayo de luz entre tanta oscuridad.

Ahí estaba April, sentada al lado de la cama, como el ángel guardián de Santiago, al que casi no desamparaba.

Las piernas parecían no responderle, y las rodillas le temblaban tanto, que dudaba poder dar un paso, mientras luchaba por tragarse un obstinado nudo de lágrimas que rápidamente se le había formado en la garganta.

LEY DE TALIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora