Edmund no lograba comprender ese momento tan confuso, la última vez que había visto a April, las cosas no terminaron bien entre ambos, tanto como para que ella lo agrediera físicamente; ahora la tenía entre sus brazos, completamente devastada, sollozando sin control.
La lluvia seguía cayendo sobre ellos sin piedad y cada vez que pasaba algún auto también lo bañaba, pero no conseguía reaccionar, más que abrazar a April y luchar con el tortuoso nudo de lágrimas en su garganta.
April despegó su frente del pecho de Edmund, elevó la cabeza y lo miró a los ojos.
—Necesito hablarte —sollozó—. Por favor —pidió.
Edmund la miraba a los ojos, mientras que le acariciaba una y otra vez, con infinita ternura la cara, apartándole los cabellos mojados que se le pegaban al rostro.
—Está bien, está bien... ¿te hicieron daño? —preguntó en busca de la causa de la actitud tan alterada de April.
Ella negó con la cabeza en varias oportunidades, hasta que él se la retuvo, para volver a mirar a esos ojos sonrojados y ahogados en lágrimas.
—Bien, vamos a mi oficina, ahí podremos hablar —propuso conteniendo las ganas de besarla en la frente, no sabía si April iba a permitirlo.
—No, tiene que ser en otro lugar.
—Vamos a mi casa.
—Prefiero mi apartamento.
—Está bien, pero cálmate un poco. No sé por qué estás así, pero sabes que puedes contar conmigo, sea lo que sea.
April cerró los ojos, volvió a pegar la frente contra el pecho de Edmund y se aferró fuertemente a las solapas de la chaqueta. Realmente no estaba segura si después de que le dijera todo lo que tenía que confesarle iba a seguir contando con él.
—Ven, vamos al auto, si seguimos bajo la lluvia terminaremos refriados —la alentó a caminar hasta donde estaba el auto.
Pedro al ver que su jefe se acercaba en compañía de la desconocida chica, empezó a retroceder para hacer más corta la distancia.
Edmund abrió la puerta trasera, con una mano en la espalda de April, la instó a que subiera al auto y él lo hizo a su lado.
Pedro puso al mínimo el aire acondicionado y pudo en marcha el auto.
—¿A dónde vamos? —le preguntó Edmund.
—Downtown, NW 27th Avenida Miami —dijo mirando al hombre totalmente empapado a su lado, que incondicionalmente y sin hacerle preguntas aceptó llevarla a donde ella pidió.
Edmund agarró varios pañuelos de papel y se los ofreció.
—Gracias —hipó y se sacudió la nariz.
Él con cuidado apartó los cabellos que parecían colas de ratas y le acarició el cuello, no con en fue una caricia sexual, sino una que la reconfortaba.
—Te estuve llamando, pero tu teléfono está apagado.
—Llegue de viaje esta tarde y olvidé el teléfono en el hotel —explicó sintiéndose preocupado porque April no dejaba de llorar.
—Siento cómo te traté la última vez, estaba muy molesta, pero solo soy tu amiga y no tengo derecho a reclamarte por nada... —dijo con voz temblorosa—. No quise golpearte.
—No hablemos de eso ahora —susurró sosteniéndole la barbilla temblorosa.
—Está bien... pero quiero que sepas que lo que tengo que decirte no tiene por qué interferir en tus decisiones, ni mucho menos en tu vida... Ed... —Él le llevó los dedos a los labios, para callarla con una delicada caricia. Comprendió que tal vez, no debía llamarlo así delante del chofer.
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LEY DE TALIÓN
Ficción GeneralLEY DE TALIÓN. Edmund Broderick entregó su corazón a la chica menos indicada, por lo que le tocó asumir las consecuencias, y con tan solo diecinueve años fue condenado a estar quince años en prisión, donde tuvo que decir adiós a sus sueños, para vi...