April despertó encontrándose totalmente sola en la cama y con más frío de lo que comúnmente le agradaba, se aferró fuertemente a las sábanas impregnadas con el aroma de Edmund y buscó calentarse los pies, frotándolos contra el colchón, al tiempo que miraba la hora en el reloj digital que estaba sobre el gran escritorio de cristal tintado al lado de una portátil.
Se sintió aliviada al percatarse de que tan solo había dormido cuatro horas; aunque no era lo que se consideraba normalmente necesario, para ella era suficiente y se sentía mucho más descansada.
—¿Cómo Edmund puede dormir con tanto frío? —se preguntó, armándose de valor para hacer la sábana a un lado y abandonar lo que suponía era el lugar más cálido en la habitación.
Inhaló profundamente y de un tirón se quitó las sábanas, mientras se preguntaba mentalmente, dónde podría estar Edmund.
Al lado de la cama y sobre la alfombra estaban unas pantuflas grises, las que no dudó en calzar, para calentarse los pies, no pudo evitar sonreír como una niña tonta al ver lo grande que le quedaban.
Caminó en dirección al baño, pero en el momento en que las persianas empezaron a correrse y la habitación progresivamente se llenaba de luz, miró a todos lados. No había hecho nada y estaba segura de que Edmund mucho menos, porque seguía estando sola en el lugar.
En ese momento vio su derecha una pantalla empotrada en la pared a su derecha que marcaba los grados en la habitación, sin pensarlo casi corrió hasta el control y le subió varios grados.
—¡Gracias a Dios! —jadeó frotándose los brazos para entrar en calor, volvió a mirar en todas las direcciones y se sentía muy extraña en esa habitación tan grande, en la que predominaban los colores neutros combinados con tonos fríos; que contenía solo los muebles necesarios, un librero, un sofá, algunos, cuadros y repisas adornadas con algunas esculturas plateadas, entre esas, un balón de fútbol americano.
En ese momento se percató que sobre el escritorio había una bandeja tapada; inevitablemente, su curiosidad y apetito guiaron sus pasos hasta ese lugar. El metal aún estaba caliente y posó las palmas de sus manos para calentárselas un poco.
Su estómago le pedía a gritos que destapara la bandeja, apenas caía en cuenta de que no había comido nada el día anterior. Sin pensarlo más, quitó la tapa, no pudo evitar que la boca se le hiciera agua, al encontrarse con huevos revueltos, tostadas, mermelada, croissant, jamón, queso. Todo lucía realmente apetitoso.
Suponía que eso era para ella por lo que agarró un croissant y se llevó un pedazo a la boca, no terminaba de tragarlo cuando agarró el tenedor y comió huevo en varias oportunidades. Realmente estaba hambrienta y comía como si alguien estuviese a punto de llevarse los alimentos.
De manera repentina la puerta de la habitación se abrió y ella casi dio un respingo, sintiéndose totalmente avergonzada, tragó grueso sin masticar y dejó el tenedor sobre el plato, al ver que entraban dos mujeres, una de ellas traía un portatraje y varias bolsas de marcas mundialmente reconocida, la otra traía una bandeja con jugo de naranja, café, leche y agua, detrás de las mujeres apareció Edmund con más bolsas de diferentes marcas.
—Disculpe —dijo una de las mujeres que caminó hasta el sofá y dejó las bolsas y el portatraje.
—Con permiso —la otra mujer dejó sobre el escritorio la otra bandeja.
April se sentía totalmente avergonzada y volvió a tragar en seco para terminar de pasar el croissant, al tiempo que miraba con los ojos a punto de salírsele de las orbitas cómo Edmund se acercaba a ella.
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LEY DE TALIÓN
General FictionLEY DE TALIÓN. Edmund Broderick entregó su corazón a la chica menos indicada, por lo que le tocó asumir las consecuencias, y con tan solo diecinueve años fue condenado a estar quince años en prisión, donde tuvo que decir adiós a sus sueños, para vi...