CAPÍTULO 6

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—Buenas tardes. —Edmund con total decisión entró a la sala de reuniones, acercándose hasta la mesa rectangular de patas cromadas y cristal tintado—. Siento haberlas hecho esperar. —Ofreció su mano a la mujer rubia que se ponía de pie para recibirlo—. Erich Worsley. —Se presentó, aunque suponía que ya ella lo conocía, al menos como el dueño del imperio para el que trabajaba.

—No se preocupe señor Worsley, sé que debe estar muy ocupado... Es un verdadero placer conocerlo personalmente. Natalia Mirgaeva. —No podía controlar el temblor que se apoderaba de todo su cuerpo, dejándola como a una estúpida delante de su jefe.

—¿El apellido es ruso? —preguntó soltándole la mano y observándola atentamente, mientras se obligaba a mantener el control y no dejar en evidencia sus emociones, como lo había aprendido en prisión, donde tuvo que hacerlo para esconder al más invasor de los sentimientos: El miedo.

—Sí señor, mis abuelos eran rusos... inmigrantes de la Guerra Fría.

—Siéntese por favor. —La invitó con una seña amable.

Ella obedeció y él también se sentó en la silla del frente, sin dejar de observarla, se desabotonó la chaqueta gris.

—Señorita Mirgaeva, ¿sabe por qué la hemos reunido aquí?

—Sí señor. —Le echó un vistazo a Katrina a su lado, sin poder pasar desapercibido que su jefe había pronunciado perfectamente su apellido, algo que raramente pasaba a quienes lo decían por primera vez—. La señorita López me dijo que necesita a alguien con experiencia en contaduría.

—¿Es usted esa persona señorita Mirgaeva? —interrogó sin desviar la mirada de los ojos verdes que rápidamente le rehuyeron.

—Tengo experiencia señor, estudié en Princeton e hice un postgrado en Harvard —comentó con voz vibrante, porque la mirada de su jefe le mandaba al diablo toda la seguridad que poseía.

Sabía que el señor Worsley tenía una mirada intensa, lo había supuesto al verlo en tantas fotografías, pero en ese instante comprobaba que más que intensa era avasalladora.

—¿Y qué hace en Worlesy Homes como una simple asesora inmobiliaria? —preguntó y ella bajó la mirada a las carpetas amarillas que tenía bajo sus manos donde resguardaba todas las referencias que había llevado adicional.

Edmund se quedó en silencio mientras observaba las delgadas manos de uñas mediamente largas y pintadas de vino tinto, con dedos igualmente delgados y un anillo con un zafiro negro algo exagerado decoraba el dedo anular de la mano izquierda. No había ningún otro tipo de alianza que le indicara que tuviera algún compromiso.

—Señorita Mirgaeva, podría mirarme a la cara y responder a mi pregunta —solicitó con voz pausada.

—Disculpe señor Worsley... realmente estoy un poco nerviosa —confesó porque sabía que eso podría ayudarle.

—¿Por qué está nerviosa? No soy un opresor. —Miró a Katrina que se mantenía en silencio, pero atenta a la entrevista realizada por su jefe.

—Lo sé señor... —Tragó en seco para pasar el nudo de angustia en su garganta y mostrarse segura, debía hacerlo si quería quedarse con el puesto—. Realmente tengo muy poco tiempo trabajando para usted, antes trabajaba en Dezan Shira & Associates.

Edmund elevó ambas cejas en un gesto de sorpresa que no quiso ocultar; por el contrario, quiso que ella se percatara de que lo había impresionado.

—Sin duda, eso es un gran aval, ¿tiene alguna carta de recomendación?

—Sí, se las he entregado a la señorita López.

LEY DE TALIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora