CAPÍTULO 50

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Natalia había finalizado el informe que se centraba en el análisis de la oferta y la demanda de los primeros quince días del mes, estaba a punto de ingresar toda esa información al sistema para sintetizarlo en tablas y gráficos, cuando su teléfono empezó a vibrar sobre su escritorio de cristal, al lado de un jarrón con rosas blancas.

Era Levka, inevitablemente, el estómago se le hizo un puño y los latidos se le descontrolaron. Con manos temblorosas agarró el aparato.

—Hola —saludó, tratando de parecer serena.

—Natasha, es hora de que vengas —dijo Levka al otro lado de la línea, y aunque estaba conmocionado, no pretendía atormentar a su hermana.

Natalia quedó como suspendida en el tiempo, se quedó inmóvil, hasta se le olvidó respirar; fue cuando sus pulmones le exigieron hacerlo que inspiró una bocanada de aire y exhaló lentamente.

—Sí, enseguida voy... Enseguida. —Se levantó rápidamente, mientras guardaba los archivos en la computadora, también cerraba el sistema. Creía que sus movimientos eran agiles, pero ella se sentía muy lenta, al tiempo que la garganta se le inundaba. Sentía un gran nudo, que no le permitía tragar ni respirar—. ¿Crees que ya es hora? ¡Oh por Dios Levka! —Soltó un sonoro sollozo, se llevó la mano libre al pecho, suplicándole a su corazón que soportara tanto dolor.

—Natasha, cálmate por favor, aún está consciente..., pero debes venir. Trata de calmarte.

—Eso intento, eso intento...

—Si quieres voy a buscarte...

—No, no lo hagas —dijo alterada—. No la dejes sola.

—No quiero que manejes así, no estás en condiciones de poder hacerlo. Mejor ven en un taxi.

—Está bien, eso haré —dijo, agarrando su cartera y caminando a la salida—. Levka, no la dejes sola ni un segundo por favor. ¿Y papá, dónde está?

—Está con ella en este momento, también está el médico... ¿Quieres que llame un sacerdote?

—Sí, aunque papá no lo acepte, es la petición de mamá y vamos a cumplirla.

—De acuerdo, voy a regresar a la habitación.

—Dile a mamá que ya estoy por llegar.

—Lo haré, cuando llegues trata de estar calmada, no queremos que se altere ni esté triste.

—Te juro que estaré calmada.

Natalia finalizó la llamada al tiempo que cerraba la puerta de su oficina y miraba a su secretaria.

—Me tengo que ir... Por favor, que le avisen al señor Worsley que necesito la tarde libre... Es mi mamá —dijo con la voz quebrada por el llanto.

La joven se levantó visiblemente emotiva por la noticia, que aunque no las tomaba de sorpresa, igualmente les afectaba, sobre todo a su jefa, quien se notaba muy mal.

—Lo siento mucho Natalia, pero debes ser fuerte.

—Lo sé, lo sé..., pero es tan difícil, no hay forma de que pueda resignarme —inhaló profundamente, en busca de fuerza para no llorar.

—Eso es imposible, pero debes mostrarte tranquila para que esa serenidad se la trasmitas a tu madre, va a necesitarlo. Estoy segura de que para ella es mucho más difícil. Ahora vete, no pierdas tiempo. —Le dio un reconfortante abrazo, sin poder evitar que sus ojos marrones se pusieran brillantes por las lágrimas retenidas.

LEY DE TALIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora