Capítulo 8

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EL CAZADOR
(Narra: Borislav)


Bien, así ha estado mi situación desde la última vez: Me di cuenta que la carne de grifo es muy buena, mi dragón sigue herido pero logré detener un poco el sangrado y bajarle el dolor, me dí cuenta que viajé más tiempo y más lejos de lo que había creído (al parecer), encontré a un par de personas con un caballo que me dieron pista del lugar donde me encontraba, conseguí hacer un trueque por el caballo y una cuerda que llevaban con ellos, con algo de carne, viajé en dirección a la frontera entre el reino de los magos y los nigromantes donde encontré una linda pareja de tórtolos que se mostraban su amor de una manera un tanto... Agresiva... En fin, de la mejor manera, aceptaron ayudarme, entregándome objetos de sus pertenencias para ayudarme. Ahora ya tenía la espada del nigromante y un objeto de madera de un mago, sólo me quedaba buscar la espada de un elfo y la sangre de un hada... Me quedaba un largo camino por delante.

Decidí viajar a la cueva donde yacía mi malherido dragón. Lo había dejado sólo durante un buen rato y quería regresar a ver como se encontraba.

Pasadas horas de galope, arribe a pies de la montaña. Sólo me quedaba escalar para encontrarme con mi único amigo en este desastre.

Corté la soga y, con un trozo, até al caballo a un árbol, guardando el trozo que quedaba. Decidido, comencé a escalar la montaña.

Jamás pensé que escalar sería tan complicado. No sé cómo lo hacen esas malditas cabras de montaña... Si no fuera tan pesado, sin duda me montaría en una y dejaría que me llevara a la cima. Pero como me encanta comer, ya podía irme olvidando de esa idea.

Escalar me llevo casi todo el día, apenas visualizaba la cueva cuando caía el atardecer, y mis músculos me exigían descanso... Supongo que no debí elegir escalar la parte más empinada de la montaña.

Por fin llegue y, a penas puse un pie dentro de la cueva, escuché un gruñido.

Evidentemente, era mi dragón, así que traté de hablarle para calmarlo.

-Oye, tranquilo. Sólo soy yo. No tienes por qué preocuparte.- Le hablé confiado.

Entré a la cueva y él estaba recostado al fondo, levantó la cabeza, me miró y volvió a recostarse. Me acerque con delicadeza y le hablé despacio, casi susurrando.

-¿Cómo está esa herida, chico?- Me incliné hacia abajo, puse mi mano en su cabeza y la moví un poco para mirar su cuello.

El pico del grifo le había atravesado las escamas, no me extrañaba, pues mi dragón aún era joven y sus escamas no eran muy duras todavía. La herida palpitaba y tenía un color marrón muy preocupante, era señal de que se estaba infectando. Entrecerré los ojos e hice una mueca. No me agradaba lo que veía.

Me aparté de su cuello y me propuse a revisar todo su cuerpo en busca de más heridas.

Entre pequeños rasguños y algunos golpes había otra herida que no me gustaba. Un corte en su ala derecha, se desangraba poco a poco y seguramente no tardaría en infectarse también.

Me acerque a su ala y puse la mano cerca de la rasgadura. Era grande, casi del tamaño de mi mano (y déjenme decirles que mi mano es bastante grande).

No sabía con certeza qué era lo que tenía que hacer. Si aventurarme a buscar los materiales necesarios para curar a mi dragón; y arriesgarme a dejarlo solo sin saber que podría pasar, o quedarme con él e intentar curarlo sólo con la espada y el cetro; pero con una gran posibilidad de no hacer más que lastimarlo de una peor manera.

Tomé una decisión, me senté junto a su cabeza y puse la espada y el cetro frente a él, en el suelo.

-Puedo imaginar cómo te sientes, sé que estás sufriendo y que esa herida en tu cuello duele como el infierno. Pero traje esto para ayudarte.- señalé las armas en el suelo.

MoiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora