XXVII

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Los departamentos estaban demasiado caros. Y aunque mi presupuesto me permitiera adquirir alguno, me dejaba un muy mal sabor en la boca.

Pasé por aquella enorme puerta giratoria de cristal, y me paré frente a la ventanilla que daba paso a la sala de recepción. Asomé mi cabeza.

—Disculpe. ¿Tiene el penthouse libre, verdad?

La señora que se encontraba allí dentro no pasaba de los treinta. Me miró un tanto extrañada.

—Por supuesto, señor Tucker. ¿Desea que pague con la tarjeta de su padre?

De mi cartera saqué mi propia tarjeta, y la pasé por el hueco que se formaba en la ventana. Apenas entró mi mano.

—Cobre de la mía. No deseo tener nada que ver con Thomas.

Tras dudar unos segundos, la recepcionista pasó la tarjeta por una pequeña máquina y después me la entregó.

—Ahórrese el papeleo. Sólo cobre lo que tenga que cobrar y no permita el acceso a demás personas mas que a mí.

La recepcionista asintió con la cabeza y me entregó mis respectivas llaves.

—Gracias.

Me volví hacia la salida, y caminé a ella a paso rápido. Tras salir de la residencia con mi respectivo coche, conduje hasta llegar a la calle Bridge. No me molesté en bajar del coche, tan solo saqué la cabeza. Localicé a Kenny en el medio de la calle, y cuando en semáforo se puso en verde, me estacioné en el pavimento.

—¿Te llevo a casa ya? —le pregunté a Kenny, viendo cómo secaba su rostro con una pequeña toalla.

—¿Qué hora es?

—Las tres y media.

—¡Mierda! —replicó—. ¡La cita! —y antes de subirse al auto, se paró en seco frente a la portezuela—. Estoy sudando, ¿te molesta que me suba?

—No, para nada.

—Y tampoco puedo dejar a mis hermanos aquí.

—Sí puedes —intervino Kevin—. No te preocupes, Ken. Podemos solos.

Kenny le sonrió a su hermano y acto seguido se subió al Mercedes.

—¿Tienes ropa que me quede? —preguntó desde el asiento trasero—. Ésta está más desgastada que los condones de mi padre.

—Ah, sí tengo —respondí—. Hablando de tu padre, hoy llegó a tu casa, y me confundió contigo.

Kenny se quedó callado unos momentos, y yo seguí con la mirada fija en la carretera.

—¿Mi padre? —preguntó inmóvil—. ¿Qué te dijo?

—Me preguntó por qué mierda llevaba puesto un gorro azul y después salí por la ventana.

—¿Saliste por la ventana? ¿No se dio cuenta que no eras yo?

—Eso creo.

—Tiene sentido —dijo, y por lo que alcancé a ver, se cruzó de brazos y se recargó en la ventanilla—. Ese estúpido no va a mi casa desde hace dos años. Aunque hace dos años estaba acostumbrado a que llegara ebrio dos meses al mes. Pero dejó de venir y mamá se fue a no sé dónde con su estúpido novio rico. Pudo llevarnos, pero nos dejó a mí y a mis hermanos en la miseria —se quedó callado, pero no tardó en proseguir—. Y fue así cómo terminé bailando break dance en la calle Bridge. Y fue así como terminamos en la basura.

—¿Desde hace cuánto tiempo se fue tu madre?

—Desde hace un año.

—¿Y cómo han logrado sobrevivir solos?

—Ya sabes. Gracias a las buenas propinas de los ciudadanos. Y también, gracias a ti. ¿Estás seguro de que mi padre está en casa?

—Sí —respondí—. ¿Por qué?

—Porque no quiero verlo. De verdad. ¿No tienes alguna otra casa en donde pueda bañarme?

¿Se lo decía? ¿Le decía que había comprado otra casa? Ahora no podía dejarlo solo. No con su padre en casa. Y quién sabe cuánto tiempo deseaba quedarse allí. Más aparte, estaba seguro de que ninguno de sus hijos deseaba verlo. No después de tanto tiempo.

—Ah, claro. Pero necesito ir por mis cosas a tu casa. ¿Crees que pueda?

—Supongo que si entramos sin que se entere, estará bien.

Le sonreí, y aceleré.

El transcurso fue rápido. Al llegar, me metí a la casa por donde había salido, y saqué las enormes bolsas y maletas que días antes había traído por la ventana. Después seguí yo, y no oí ningún ruido en ese tiempo dentro de la casa.

Cuando regresé al coche ya con las bolsas y maletas metidas en la cajuela, encontré a Kenny mirando con melancolía su hogar.

—No quiero volver ahí —murmuró—. No con él ahí.

Metí la llave en el switch y arranqué.

—Supongo que tienes muchas razones para odiarlo. ¿A que sí?

Se giró hacia mí, con el ceño fruncido.

—Él hizo que Karen se prostituyera por un año, sólo para tener dinero para cervezas. Supongo que después de eso, no debí tener más opciones para odiarlo, porque no las recuerdo.

Me volví hacia Kenny. ¿De verdad su padre había hecho eso? No había parecido un mal hombre. Hace algunas horas, por supuesto.

Todo el transcurso fue silencioso. Y cuando llegamos a los edificios, tan solo lo guié hasta en penthouse. Todo en silencio. A Kenny en estos momentos, no parecía agradarle nada.  Pero cuando la puerta se abrió, su tono cambió repentinamente.

—No-me-jodas.

South Park "Eres mío, Ángel" [Crenny]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora