Los días siguientes sigo acudiendo a las reuniones más decaída aún, con aquella imagen de Elliott pasando tiempo con otra chica. Es torturante pensar que en aquel momento él podría estar cogiéndole de la mano o incluso besándola. Me revuelve las tripas sólo de pensarlo y me entran ganas de potar.
Pero, ¿qué derecho tengo yo de decirle lo que hacer con su vida? Él está siguiendo adelante, tal y como le dije. Está conociendo a otras personas, porque yo misma lo aparté, yo misma hice que nuestra relación terminara a pesar de que él quería seguirla a toda costa.
Yo misma fui la que decidió rendirse.
Y Dios, es una cosa de la que me estoy arrepintiendo, porque no sé cómo tomármelo. Estaba claro que un chico como Elliott iba a encontrar a otra persona. ¿En qué estaba pensando? ¿Que me iba a esperar toda su vida? ¿Quién no querría tener a un chico así en su vida? ¿Tan humilde, tan bueno y tan amable?
Demasiado, para mí; para mí y mi estilo de vida.
No. Alejo de mi cabeza cualquier atisbo de inseguridad o celos por mi parte: hice lo correcto. Alejarlo de mí era lo mejor para ambos, lo mejor para su vida. Si él siguiera estando presente, no creo que hubiera podido con todo esto. Y más con mi padre haciendo cualquier cosa para derribarlo.
Me doy cuenta que mi futuro suegro, el padre de Daniel, me observa desde su asiento. Está sentado en frente suyo, y cuando veo que me mira le sonrío brevemente, y doy gracias a Dios que no puede saber lo que pienso. Mi mente, mis pensamientos, son el único lugar donde puedo ser libre y donde puedo decir todo sin que nadie me diga lo contrario.
Últimamente, es lo único que me queda y que sé que no se me será arrebatado.
*****
Por la noche, decido no volver a casa; y en su lugar decido ir a una Discoteca. El primero que me encuentre. Sola.
Si lo pensamos de esa manera suena deprimente salir de fiesta sola, pero las cosas se arreglan en cuanto bebes un par de copas, ¿no?
Me acerco a la barra y pido un Daiquiri y un par de chupitos de vodka. Esta noche quiero beber y olvidarme de todo, y la verdad es que me podría importar menos lo que el mañana me traiga.
*****
Llevo horas bailando y moviéndome en la pista de baile. Lo sé porque no llevo puesto los tacones y debo de haberlos dejado en algún lado de alguna manera. No paro de mover la cabeza de un lado para otro, guiándome por la música. He perdido la cuenta de las copas que me he tomado, y la última vez que llevaba la cuenta, me tomé cinco. Los chupitos sí que los he perdido de cuenta... originalmente había pedido seis. No sé cuántas veces volví a pedirlos. Puede que unas tres, y seis chupitos por cada vez.
Alguien baila conmigo. Yo me muevo como puedo simplemente guiándome por la música: no sé siquiera si lo hago bien y no tengo ni el menor interés de saberlo, pero en cuanto ese alguien posa sus manos en mis caderas y aprieta su cuerpo contra el mío desde atrás, me separo rápidamente. Tengo el pelo pegajoso, estoy sudando y probablemente mi camisa y mi falda estén arrugados. Tampoco me importa.
El tío vuelve a acercarme a él y yo me las arreglo para apartarlo con brusquedad. Él alza los brazos y empieza a gritarme obscenidades. A llamarme puta y zorra. Me llama de todo y yo simplemente le empiezo a mandar besos al aire y a enseñarle mi precioso dedo corazón mientras le digo que me bese el culo. A la gente le parece gustar, porque empiezan a vitorear por lo que he hecho, y me entra un ataque de risa. Probablemente no sea muy gracioso, pero para mí en este instante lo es.
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Glamour © [Editando]
Teen FictionStephanie Moore. 18 años. Hija de papá. Destinada a tener éxito. Fama, dinero, lujo, fiestas y de la alta élite. Elliott Halliwell. 19 años. Barman. De estatus medio. Esfuerzo, humildad, logros y trabajo duro. Su origen y su estatus no le paran de s...