Epílogo P. II

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El momento de aterrizaje de los aviones siempre me han aterrado. Mis manos comienzan a sudar y el corazón me late a mil, a pesar de que sé que estoy completamente segura. A veces me aferro a mi cinturón sin darme cuenta, y cierro los ojos. Los abro solamente cuando escucho que anuncian que hemos aterrizado y que en unos minutos van a abrir las puertas, cogiendo mi bolso y esperando a salir para coger mi equipaje de mano.

Ando por la zona de llegadas, bastante nerviosa y mirando para todos lados. La húmeda Londres no estaba en su tiempo habitual: fría, lluviosa y algo triste; al contrario, estaba soleada. Sonrío para mí misma en cuanto veo a la única persona que sé que está igual de emocionado con todo esto.

Atravieso la zona corriendo aún con la maleta arrastrándolo y me da igual que todos estén mirando porque en cuanto los brazos más fuertes, más cálidos y la sensación de volver a casa me invade el cuerpo; todo lo demás desaparece.

Y lo beso,

una

y

otra

vez.

Y no me importa nada más en el mundo. Me da igual que muchas personas estén murmurando y riéndose, me da igual que algunos hasta aplaudan. Esta persona, delante de mí, es la persona que ha sido capaz de soportarme en mis días malos, en mis días buenos, en los días que no sabía ni quién era o cuando perdía el rumbo.

Elliott es esa persona. Y siempre estaré agradecida por tenerlo a mi lado de todas las maneras posibles a pesar de la distancia, y aunque a veces tengamos días malos, sabemos que no podemos dejar de preocuparnos del uno por el otro. Y que al final del día, el amor que sentimos el uno por el otro es lo único que importa.

Él se separa un momento para abrazarme una vez más y luego se agacha un poco para besarme en la frente.

—Bienvenida de nuevo.

Sonrío.

*****

Elliott vive en Londres desde hace seis meses. Hace justo seis meses que se ha mudado aquí por cuestiones de su trabajo, que, tras terminar la carrera de Comunicación Audiovisual, le surgió una buena oferta como camarógrafo en una de los canales más importantes del país: la CNN.

Los dos estamos bastante ocupados (yo diseñando y planeando colecciones así como asistiendo a pasarelas; y él editando y grabando en el estudio), pero siempre hemos tenido tiempo de mantener nuestra relación fuerte y sana. Además, su puesto de trabajo no es fijo porque quiere trasladarse al CNN de Francia.

—Te lo digo una vez más y no estoy de broma, Elliott: no hace falta que dejes este país por mí—le digo sentada en el co-piloto mientras él se sienta y pone el coche en marcha.

Yo me estiro para encender la radio, buscando Radio Disney. Él mira de reojo y cuando ve el canal, sonríe para sí mismo. De alguna manera esa estación de Radio es una broma entre los dos y es algo que me encanta.

—No lo hago solo por ti—me contesta mientras conduce con una mano y con la otra la entrelaza con la mía–. Lo hago también por mí, además la CNN Francesa tiene bastante prestigio.

—Al igual que la británica—digo yo—. No lo entiendo, de verdad. ¿Qué hay de problema aquí?

—Que no estás tú.

Pongo los ojos en blanco mientras juego con nuestras manos y él la alza para besarme la mano, y yo sonrío...

Porque lo miro y sé que tengo todo lo que quiero delante y es suficiente.

Glamour © [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora