Los días siguieron transcurriendo como siempre. Halliwell (o Elliott) me llevaba en coche junto con sus hermanos pequeños, por las mañanas. De vez en cuando, manteníamos conversación, pero lo justo. Ya sabes, la típica conversación sobre el tiempo o la temperatura del día o las que terminan en un "me alegro, yo también". Sus hermanos me acribillaban a preguntas. Preguntas de niños, si Elliott era mi novio, a lo que Halliwell interrumpía con un "no", si íbamos a salir alguna vez, a lo que Halliwell volvía a decir que no...
Sigo yendo a la facultad con menos ganas cada día, y la verdad es que pensar que me quedan aún tres años de facultad me dan ganas de suicidarme. Vaya carga más pesada me dio para mi hombro mi propio padre. Y cruel.
Papá sabe perfectamente cuáles son mis aspiraciones. Mis sueños. Mis deseos. Todo. Y aún así me obligó a entrar en una facultad que no me agradaba para nada sólo para mantener la empresa. Y lo odiaba. Por eso y por muchas otras cosas.
Me senté en mi sitio de siempre, bufando, mientras esperaba que llegase el profesor.
- ¿Está este sitio ocupado?
Levanto la cabeza automáticamente en cuanto escucho la voz. Y el olor a Invictus me llega a las fosas nasales.
Daniel.
Oh. Se me olvidaba que estábamos en la misma facultad. Mi suerte es traidor.
- Piérdete, O'Donnel - contesto, borde, y saco los libros de Historia de la Economía de mi mochila.
Daniel igualmente se sienta y yo suspiro. Me giro hacia él.
- ¿Qué parte no entiendes de piérdete? - vuelvo a decir, molesta ya.
- Oh, vamos, Steph. Lo siento, ¿vale? Bethany no significa nada. Nada.
Pongo los ojos en blanco y le miro. Veo cómo intenta mirarme como un cordero degollado (o más bien, la pose de Flynn Ryder de Enredados, esa estúpida película Disney) y me obligo a mí misma a no caer. Lleva haciendo esa táctica desde que salimos. O desde estábamos saliendo. Los tiempos verables son cruciales.
- ¿Qué? ¿Ya te has cansado de tirártela? - suelto, totalmente fría. Y me gusta que haya sido así.
- Ella...
- Sí. Que no significa nada para ti, que ella empezó todo y que es una pesada. Blá blá blá - me burlo, cansada -. ¿Crees que me lo voy a tragar? Desaparece, Daniel. No quiero volver a ver tu rídicula cara.
Se levantó de la mesa y se puso delante mía, inclinándose, suplicante.
- Steph, no puedo vivir sin ti.
Vuelvo a poner los ojos en blanco y suspiro, ya harta y totalmente cansada.
- Felicidades - contesto -. Ahora vas a saber que sí. Ya puedes tirarte a todas las que quieras y, ahora piérdete. Tu cara me hace querer vomitar.
Daniel me mira por última vez, cierra los ojos, suspira y se agarra a su mochila, molesto, yendo a sentarse a otro sitio.
Bajo la mirada, mirando directamente a mi libro de Economía. Me pasé toda la clase así, intentando no llorar, mordiéndome el labio inferior, repitiéndome que las chicas mayores no lloran, como esa canción de Fergie.
*****
Me dirijo al Edificio General del Campus, que se sitúa literalmente en medio de todos los alrededores. Me siento molesta al tener que tomar estas medidas, pero estoy desesperada.
Entro al edificio y me dirijo a Secretaría. Hay un hombre de unos cincuenta años con gafas de culo de vaso detrás del mostrador. Agradezco que no haya cola, ya que tengo algo de prisa porque quiero acabar con esto cuanto antes.
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Glamour © [Editando]
Teen FictionStephanie Moore. 18 años. Hija de papá. Destinada a tener éxito. Fama, dinero, lujo, fiestas y de la alta élite. Elliott Halliwell. 19 años. Barman. De estatus medio. Esfuerzo, humildad, logros y trabajo duro. Su origen y su estatus no le paran de s...