Prólogo

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Elliot

El ruido de las personas del bar, no me molestaba. Mi agilidad sirviendo copas era algo que el jefe valoraba muchísimo, además de mi aspecto, que ambientaba perfectamente allí.

Una de las muchas chicas que vienen al bar, se acerca al mostrador. Estoy limpiando copas con un trapo limpio, pero mi mirada no se va de la barra. Gracias a mis dos años trabajando como barman, sé cómo es el lenguaje femenino cuando coquetean: se apoyan a la barra con un brazo sin antes echarse el pelo hacia atrás, fruncen ligeramente los labios para esbozar una media sonrisa y parpadean antes de hablar.

- ¿Me sirves un Bloody Mary, guapo?

- Por supuesto, princesa.

Parece que lo digo en tono coqueto, pero en realidad, ni esa chica ni su escote que deja poco a la imaginación, me ponen ni me interesan en absoluto. He visto a tantas tías como ella, que me cuesta imaginarme siquiera poder mantener una conversación normal sin ellas tirárseme encima.

Vierto hielo en una copa alargada, y luego el vodka, el limón, la sal, la pimienta, la salsa Worcestershire y dos gotitas de tabasco. Mientras remuevo con una pajita, levanto la mirada y noto como la muchacha rubia me come con los ojos. Probablemente esté mirando a mi culo, pero paso del tema. Finalmente, echo salsa de tomate, pongo un apio por encima como adorno, limpio un poco el vaso y la coloco encima de la barra. Le sonrío a la chica y ella da un sorbo mientras no deja de mirarme a los ojos, como una fiera, aunque probablemente esté demasiado borracha como para recordar mi cara al día siguiente y deja dinero sobre la barra.

Cuando se va, tomo un respiro, cierro los ojos y miro mi reloj. 02:30. Media hora más, y podré irme al fin a casa a sobar. Estoy algo cansado de este ambiente por hoy, así que espero con ansias que termine mi turno.

*****

Cuando llego a casa, tanto mis hermanos como mis padres, están durmiendo. Lo sé porque las luces están apagadas menos la de la lámpara encima de una mesita del salón. Y eso es claramente una señal de que llevan horas dormidos. Vivimos en una casa duplex, y en el piso de arriba se hallan los baños y las habitaciones. Vivo con mis padres y mis hermanos aún, y la razón de ello es que no me siento capaz de dejar solos a mis hermanos pequeños, por mucho que mis padres puedan ocuparse de ellos. Es simplemente algo que mi mente no puede soportar, al igual que tampoco quiero dejarle todo el cargo a mis padres. Ya bastante tienen los dos con tener dos trabajos cada uno.

Subo al segundo piso para irme a mi cuarto cuando veo que la puerta de la habitación de Sammy y Zach, está entreabierta. Echo un vistazo y veo como los dos enanos duermen como troncos; Sammy, como el más pequeño que es, está dormido en su cama de lado, durmiendo plácidamente; mientras que Zach, está algo desparratado en su cama, con un pie dentro de las sábanas y otro fuera. Me aguanto la risa y cierro la puerta cuidadosamente para que no se despierten.

Entro a mi cuarto y dejo mi mochila en el suelo. Me quito el snapback de la cabeza y me tiro a la cama. No tengo ganas de quitarme la camisa de encima del cansancio, y cuando menos me doy cuenta, ya estoy sumido en un sueño profundo.

*****

Me despierto a las siete y aunque sólo haya dormido pocas horas, es más que suficiente para mí. Tengo que despertar a mis hermanos pequeños y llevarlos al colegio. Me levanto de la cama y me dirijo a su cuarto para abrir las cortinas.

- ¡A despertarse! ¡Hora de ir al cole! - exclamo con toda la alegría del mundo, pero éstos sólo se remueven. Zach se tapa con las sábanas y Sammy sigue tan tranquilo durmiendo.

- ¡Vete! - chilla irritado Zach, pero yo lo cojo de la cama de manera que está enrollado como un rollito de primavera y éste patalea - ¡Vale, vale! ¡Ya me visto!

Glamour © [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora