—¿Steph?
Me doy la vuelta ante la voz de Dorothy, paralizada. Está de pie en la puerta, con la mano apoyada en el pomo y yo sentada en la silla del despacho. Instintivamente me levanto y dejo boca abajo la hoja encima del escritorio de mi padre.
—¿Qué haces aquí?—pregunta.
Mi cabeza intenta maquinar una excusa rápida, pero apenas puedo pensar del shock, ya que cuando miro a Dorothy (o Adelia) no puedo visualizarlo con mi padre... en una relación. Es de risa, suena a chiste, incluso.
—Estaba buscando unos documentos que me dijo que tenía que revisar para la reunión de mañana—contesto, bastante tranquila—. Quiere que me involucre y debata con la plantilla.
Ella parpadea un par de veces, no muy convencida. Luego se da la vuelta, y vuelve a girarse.
—Se me había olvidado decirte que Brandon me dijo que no cenaría en casa hoy—dijo ella—. Por eso volví.
—Ah. Vale. Gra-gracias.
Aún tengo el corazón a mil y aún estoy intentando procesar todo esto cuando ella aparentemente vuelve a irse, pero se para en mitad del camino; se da la vuelta, da unos pasos y cierra la puerta tras de sí. Primero está mirando al suelo, pero alza la cabeza mientras sonríe de una manera que no he visto antes. No es la cálida sonrisa de la Dorothy con la que he crecido sino una sonrisa siniestra... oscura. Me da escalofríos. Trago bilis.
—No sabía que te llamabas Adelia—empiezo a decir, lentamente, casi con voz temblorosa.
Ella vuelve a sonreír, empieza a rebuscar en su bolso y para por un momento. Alza la cabeza y saca de ella una pistola semi-automática, apuntándome.
Casi olvido respirar y siento tanto mis rodillas temblar que no sé ni cómo sigo en pie. Estoy sudando como nunca lo he hecho y estoy intentando no temblar más de lo necesario.
—Al fin has unido piezas, ¿eh?—suelta una risa bastante tenebrosa pero recompone rápido— Sí, soy Adelia.
Intento alzar los brazos sobre mi cabeza e indico que sólo voy a sacar algo inofensivo del bolsillo de mis pantalones, que es la nota que encontré. De alguna manera me las ingenio en comenzar a grabar toda esta situación en mi móvil mientras leo en voz alta la nota. Ella está quieta aún apuntándome.
—¿Y qué?—suelta con desprecio.
—¿Papá y tú...?
—Hace mucho tiempo, tiempo en el que ni tú ni tu hermano existíais aún—comenzó a relatar—, Arthur y Adelia eran solamente dos adolescentes que se conocieron en una fiesta de unos amigos en común. Al poco tiempo, como comprenderás, empezaron a salir. Muchos años, de hecho. Luego Arthur se graduó de Administración de empresas y económicas en la Universidad, mientras que Adelia tuvo que conformarse con trabajos ordinarios. Mientras él empezaba a triunfar en el mundo de los negocios, ella sólo cambiaba de un trabajo ordinario a otro. De camarera a limpiadora, de limpiadora a camarera.
>> Un día, Arthur le comunicó a Adelia que no podían seguir con la relación porque él se iba a casar con otra chica por una fusión de empresa, Cassandra. Adelia estaba destrozada porque lo que él no sabía, era que ella estaba embarazada.
Creo que se me para la respiración en ese instante porque estoy intentando apoyarme con algo, pero no puedo porque Dorothy mantiene firme la pistola apuntándome. La garganta me quema y estoy llorando: de confusión, de rabia y de impotencia.
—Obviamente, eso no iba a parar la tan exitosa carrera de Arthur—siguió relatando—. Y él se ofreció en pagar el aborto. Ese niño o niña no iba a nacer por el bien de una empresa; la vida de una inocente criatura no nació por culpa de negocios. Negocios, Stephanie. Mi bebé murió porque tu padre no quería a un hijo o una hija bastardo en su vida.
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Glamour © [Editando]
JugendliteraturStephanie Moore. 18 años. Hija de papá. Destinada a tener éxito. Fama, dinero, lujo, fiestas y de la alta élite. Elliott Halliwell. 19 años. Barman. De estatus medio. Esfuerzo, humildad, logros y trabajo duro. Su origen y su estatus no le paran de s...