—Esta es la última caja —dice Nick metiendo al apartamento la última caja de mi mudanza, ahora que todo se está convirtiendo en realidad, hace que en mi estómago vuelen descontroladamente esas mariposas—. ¿No hay nada más que ir a recoger a la residencia?
Está usando unos shorts, una camiseta negra y zapatos deportivos, está en tan buena forma que ir y venir por las cajas no significó un gran trabajo para él, en cambio yo estoy cansada y sé que estando aquí ya no habrá excusa alguna para no hacer ejercicio.
—No, eso es todo. Comenzaré a ordenar.
Él camina hacia mí, descansa sus brazos en mi cadera y me acerca a él.
—No sabes cuan feliz estoy de que finalmente estés aquí —sus ojos brillan de felicidad.
—Lo sé porque estoy igual de feliz —digo mientras envuelvo mis brazos en su cuello y le doy un pequeño beso.
—Sin embargo, te tardaste un poco.
—Porque todo tiene que ir a su propio paso.
Entrecierra sus ojos y su boca se curva en una sonrisa.
— ¿Segura que tienes la edad que dices?
Me rio y rozo mi nariz con la de él.
—Segura.
La alarma de mi celular suena indicando que son las ocho de la noche.
— ¿Qué es eso? —me suelta y voy a la sala por mi celular para apagar la alarma.
—Una alarma que me recuerda que tengo que tomarme la pastilla anticonceptiva.
Su boca hace un "ooh", voy por las pastillas y por un vaso de agua a la cocina y me tomo la del día de hoy.
—Esto de vivir juntos me está gustando.
—Y si no, lo siento por ti porque ya me tienes aquí.
—Y no te irás nunca ─asegura.
Solo de escucharlo me hace sonreír sin poder evitarlo. Desempacamos primero la caja de ropa, el armario de Nick es muy grande, es diez veces más grande del que yo tenía incluso en Redmond, me recuerdo que es un candente modelo, es obvio que así seria. Él sacó la ropa que según ya no utiliza para darle espacio a la mía, también desocupó unas cuantas gavetas y en realidad no me siento a gusto de invadirle su espacio así que con lo que gané en el desfile compraré algunos muebles, sin decirle nada a él porque seguro se opondrá.
Luego que acomodo mi ropa en su armario, continuo con todo lo que va en el cuarto de baño, dejo sobre el tocador la secadora y la plancha de cabello que casi no utilizo, pero es indispensable tener una. Guardo me cepillo de dientes en el porta cepillos, mi enjuague bucal y las pastillas en el armario, en una de las cestas colgantes del techo, introduzco mi champo, acondicionador y tratamiento del cabello, en su moderno lavamanos en la parte de abajo tiene un mueble para guardar sus lociones donde hago un espacio para las mías.
Toda su casa está llena de muebles modernos, y me hace sentir orgullosa de que todo esto lo ha logrado sin la ayuda de nadie más que por su propio talento otorgado por Dios.
—Rose. ¿Quieres una manzana? —me pregunta cuando entra al cuarto de baño con una manzana verde en sus manos, no se me antoja uno en estos momentos, sin embargo, dejo de arreglar y la tomo, su mirada se torna divertida lo que me hace preguntarle si pasa algo y él contesta que no pasa absolutamente nada.
Muerdo la manzana y creo que regresaré lo que hay en mi estómago, me acerco al lavamanos para escupir, rápidamente abro el grifo y enjuago mi boca una y otra vez, mis ojos arden horriblemente y el desagradable sabor aún permanece en mi boca, abro el armario y saco el enjuague bucal que guardé hace unos minutos, sirvo una buena porción y hago gárgaras. Él no para de carcajearse y cuando se percata de mi mirada fulminante trata de detenerse, pero no lo logra. Tiro el enjuague que tenía, limpio mi boca y me dirijo hacia él.
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Dulce Devoción.
Teen FictionSi hay algo que debemos aprender a cierta edad, es que la vida no tiene solo un tono de rosa y a Rosemary Smith le ha tocado aprenderlo de una manera nada sutil. Ella siempre ha sido una chica aplicada y soñadora, pero una traición de las personas m...