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Leonardo

Mi vida actual siempre se ve reducida a un momento en particular. Un momento en el que comienzo a considerar las opciones que me llevaron a ser lo que soy. A veces siento que soy grande, otras veces me siento nada. Como un cascarón vacío, un robot llevando una vida tan monótona como exasperante.

No sé cuánto tiempo tengo poniendo atención al suave murmullo de las voces fuera de mi oficina. Ni siquiera sé por qué les pongo atención. Suspiro, intentando controlarme. Son estupideces. No debería de estar tan desconcentrado.

Miro el reloj, sintiendo una vez más como si la oficina, éstas cuatro paredes que han sido mi hogar, se cierran, impidiéndome respirar.

Necesito salir de aquí.

Apago la computadora y guardo mis pertenencias en las bolsas de mi saco. No puedo seguir aquí.

—Licenciado, ¿se retira tan pronto?— pregunta mi secretaria al verme salir de la oficina.

Tengo ganas de mandarla al carajo, decirle que no le importa una mierda lo que haga o deje de hacer, pero me lo guardo. En los cuatro años que tengo éste lugar, jamás le he faltado el respeto al personal. No es que no me queden ganas, pero intento guardar apariencias.

—Hasta mañana, Rocío. — me limito a decir. La chica asiente y me deja irme, sin preguntar más.

Camino por el pasillo tan rápido como puedo sin llamar la atención, como si mi vida dependiera de ello. Empujo las puertas de cristal y al sentir el aire fresco, inspiro profundamente. Cierro los ojos, saboreando la libertad.

Cuando los abro, vislumbro un cielo gris; alerta una tormenta próxima. Analizo alrededor y observo como las personas caminan, libres, con objetivos claros frente a ellos, otros sumidos en sus propios pensamientos. Nunca antes había visto mi propio presente y futuro tan difuso, tan incompleto. Como mi pasado, con la única diferencia que este es más nítido de lo que quisiera.

La lluvia comienza a caer, me toma desprevenido. No me apresuro a buscar un refugio mientras camino calle abajo. Me dedico exclusivamente a disfrutar de éste pequeño momento que tengo de paz con mi alrededor. Mi mente libra una batalla que ni la lluvia puede detener.

Entro al bar que está al final de la calle. La lluvia se ve silenciada por un suave jazz que inunda mis oídos. Camino, casi hipnotizado por la música, y tomo asiento en la barra, frente al bartender.

—Buenas tardes, ¿qué le sirvo?

—Gendricks, Gin tonic.

Asiente con la cabeza y se retira a traerme mi trago. Suspiro y me acomodo en la butaca.

Sopeso mis opciones de como terminar esta noche. Mi polla dentro del coño húmedo de una puta suena bien. Una alarma suena en mi cabeza: Es lo mismo que he estado haciendo los últimos meses.

El mesero coloca mi bebida frente a mi y le agradezco con un asentimiento de cabeza.

Suspiro. Una vez más termino el día sintiéndome tan vacío como mi bebida, que tomé casi instantáneamente. Jamás había sido tan consciente de mi vida hasta este punto, en el que cambiar de zorra de vez en cuando para saciar a la carne y ocupar mis noches se ha vuelto algo tan normal y a la vez tan jodidamente desesperante como ir al trabajo.

Le hago señas al mesero y le pido otra copa y agua mineral. No puedo emborracharme.

Reprimo una carcajada al recordarme en los tiempos de la preparatoria, cuando el bullying no era un problema tan serio, cuando mis compañeros me tendían trampas y solían esconderme la mochila o todo el contenido de ella. En ese entonces, era más bien conocido como a quién no querrías parecerte ni en tus peores pesadillas. Demasiado inepto y dejado. Joder, hasta yo mismo me odié. Aborrecí la idea de que debían verme la cara de imbécil. A veces pienso que ese fue mi impulso, la idea de dejar de ser un maldito gusano de biblioteca y convertirme como ellos. Creo que al final logré mi cometido.

Inevitable SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora