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Leonardo

Julián me mira escéptico.

—¿Quieres desaparecer a Diego?

Asiento con la cabeza.

—Creo que es lo mejor. No tiene ningún sentido seguir conservando ese nombre.

Julián se inclina sobre su escritorio, con las manos entrelazadas bajo su barbilla.

El viejo se ve aun mayor con la corta barba blanca cubriendo su rostro. Admito que he sido egoísta estos años, sumido en mis pensamientos y restándole importancia al hombre que me sacó del agujero.

—¿Estás bien? Hace tiempo que no sé nada de tu familia.

Julián suspira.

—La verdad no estoy bien —responde, con la voz ronca—, Lidia y yo nos separamos hace unas semanas.

Julián nunca fue un hombre sentimental, pero con su esposa era totalmente distinto. Se notaba a kilómetros que la adoraba. No tuve mucho trato con ella, pero Lidia parecía una mujer agradable.

El hombre vuelve a suspirar mientras le da un sorbo a su café.

—Tal parece que no siempre te puedes quedar con la chica.

—Seguro lo solucionan. ¿En serio es tan grave?

El semblante de Julián se vuelve más oscuro.

—Ya tramitó la demanda de divorcio.

—Vamos, hombre, todavía hay oportunidad —lo animo, porque no sé qué mas decirle.

Julián se acomoda en su silla y me mira a los ojos.

—Leonardo, si de verdad quieres estar con esa chica, no cometas el mismo error que yo. Di por sentado que Lidia estaría siempre a mi lado y ahora me doy cuenta en qué fallé. No supe amarla todos los días, no se lo demostré con palabras ni con acciones. Que nuestro matrimonio no hubiera terminado antes ya me sorprende. Siempre creí que no hacía falta que le dijera cursilerías y ahora que no la tengo solas de mi boca.

Después de la plática con Julián y tomar en cuenta sus palabras me doy cuenta de que inconscientemente he estado haciendo eso por Melissa. No he parado de recordarle lo mucho que significa para mí y aun así creo que no es suficiente.

Decidí darle su espacio pero ya fue suficiente. Debo recuperarla.

Al salir de la oficina llego a un restaurant de comida italiana y compro la pasta que tanto escuché mencionar a Melissa. Cuando llego a su casa ya está oscuro. Noto las luces apagadas.

¿Habrá vuelto con ese imbécil? No, no creo.

Tengo un mal presentimiento.

Salgo del coche en dirección a la puerta y la toco varias veces sin obtener respuesta.

—¡Melissa, abre la puerta!

Escucho un repiqueteo y después, su voz.

—Leonardo, vete —ordena, sin abrir la puerta—. Te dije que no quería saber nada de ti.

Se oye distinta, apagada...

—Melissa, todavía tenemos asuntos que resolver, por favor, abre la puerta.

—Vete, ¡ahora!

Un sollozo bajo y otro golpe.

—No me iré y si no abres la puerta, la derribaré.

—No lo hagas —responde rápido—, vete o llamaré a la policía —responde con decisión. Maldición

—Te concederé este día, Melissa, pero volveré.

Inevitable SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora