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Melissa

Mónica suspira cuando suelta la pañalera en el sillón y colapsa en el mismo.

—Es muy cansado, Mel. No tengas hijos nunca —deja en el piso a la pequeña Michelle y le entrega su mordedera.

—¿Y el trabajo, qué tal?

Luego de que quedara embarazada, obligaron a Mónica a firmar su carta de renuncia en la agencia de modelaje en la que trabajaba. Pudo encontrar otro trabajo en una tienda departamental como vendedora de piso. No gana mucho pero le sirve para Michelle y para ella.

—Es agotador tener una sonrisa en el rostro todo el tiempo. A veces me dan ganas de salir corriendo o en su defecto, acusar a los hombres con sus esposas de estarme viendo las piernas o el pecho mientras pasan por ahí. Es desagradable, Mel.

Asiento con la cabeza.

—Vele el lado positivo, al menos tienes descuento en ropa y puedes comprar lo que quieras para ti y para Mich.

Mónica se ríe, sarcástica.

—Más para mi hija. Odio mi cuerpo, ¡se deformó! —se queja y yo suelto una carcajada—. Prefiero comprarle a ella.

No soy madre pero sé que dejas de cuidar de ti como antes y todo lo que ves es para tus hijos.

Luego de platicar de cosas banales, Mónica me pregunta:

—¿Vino Leonardo hoy?

—Si, igual que todos los días —me levanto del sillón y corro un poco la cortina para verlo sentado afuera con un vaso entre sus manos—, seguro fue por ese café, por eso no estaba cuando llegaste.

Mónica aprieta los labios.

—Te juro que intenté detener a mi madre pero no quería hacer una escenita frente a él, así que no me quedó más remedio que dejarlo que se saliera con la suya.

Suspiro. Últimamente lo he hecho mucho. Esta situación con Leonardo raya al acoso y no sé qué hacer al respecto. Sé que quiere él pero la pregunta prevalece.

¿Qué quiero yo?

Intenté olvidarlo pero de nada sirvió. Su tacto está tatuado en mi piel. Sus recuerdos no abandonan mi cabeza y no puedo hacer nada al respecto. Eso no quita el hecho de que me hizo mucho daño, pero nada me asegura que no lo volverá a hacer. Su palabra ya no vale nada para mí.

—No te preocupes —aseguro, cerrando la cortina—, sinceramente yo creí que no iba a volver a buscarme.

—Todos lo pensamos —me corrige.

—Brandon está increíblemente molesto porque no puede volver y tener una charla al respecto, pero me envió unas flores asegurándome que no necesitaba a Leonardo cuando podía recibirlas de él.

Súbitamente, vuelvo al día de mi primera cita con César. Las flores en mi puerta. Después de que Leonardo apareciera, di por hecho que él las había enviado, pero si mamá apenas le dio mi dirección, ¿cómo es posible que las haya enviado él?

César no fue. No sabía dónde estaba mi casa tampoco.

¿Brandon?

Me hubiera hecho un comentario al respecto.

—Mel, ¿pasa algo? —la voz de mi hermana me saca de mis pensamientos.

—No —miento—, todo está bien. Vamos a preparar la cena, seguro Mich ya tiene hambre.

Con el paso de las semanas, Leonardo deja de hacer acto de presencia fuera de mi casa, pero sus notas siempre están bajo mi puerta. Hasta este momento llevo 60 notas, todas con el mismo texto, o una variante de palabras. Todas escritas a mano.

Sólo espero que no crea que con notas en mi puerta solucionará este año y medio de miseria.

Hoy es viernes y decido regresar a casa caminando desde el trabajo. Me pongo los tenis y guardo mis flats dentro de mi bolso. Me despido de mis compañeros y salgo del edificio.

Han pasado dos meses desde el incidente entre Leonardo y César. Ciertamente me sorprende la manera en que lo hemos manejado. No ha dejado de ser cordial conmigo, pero hasta ahí. César sabe que sus palabras derrumbaron el castillo de naipes que era nuestra relación y ha sabido mantener distancia. Yo tampoco tengo intención de hablar con él al respecto. En su momento le confié todo lo que pasé con Leonardo y aun así...

Suspiro de nuevo.

Mientras paso por el centro, compro algunas cosas que me hacen falta como ligas para el cabello y alguno que otro labial y mientras el cielo se torna más oscuro, me doy cuenta que debo darme prisa.

Finalmente llego a casa. El cielo está oscuro en su totalidad, creo que me tardé bastante comprando mis cosas. Me decepciono solo un poco cuando no veo a Leonardo fuera de mi casa. ¿Será que ya no piensa venir?

Suspiro de nuevo. No lo espero. No espero que venga.

Mientras busco las llaves en mi bolso, vellos se me ponen de punta al escuchar una voz que hace mucho no escuchaba.

—Melissa, qué casualidad verte aquí.

Me giro para encarar al dueño de esa voz pero levanta el brazo hacia mí y me da un golpe en la cabeza que me oscurece la visión.

Inevitable SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora