Seis años atrás
Estoy agotado. Entro a la habitación con la pequeña extensión de mí entre mis brazos y la coloco en la cama.
—Ya puedes dormir, mi niña —intento sonar lo más tranquilo que puedo, pero la verdad es que Liana no ha parado en toda la tarde.
—Lo sé —responde, categórica, brincando en la cama—, pero no quiero.
Gruño, exasperado.
—Vamos, corazón, papi necesita descansar también —bostezo más por ganas que por actuación.
La niña se la piensa, pero se deja caer sobre la cama.
—¿Y mami? —pregunta, fijando su mirada a la puerta de su habitación.
Fernanda y su maldita mania de no llegar para la hora de dormir de Liana.
—Vendrá más tarde, la podrás ver por la mañana —le digo, con la esperanza de que no llore de nuevo por ella.
Liana asiente con la cabeza, se sorbe la nariz y se acomoda entre las sábanas. La arropo y tras contarle un cuento, se queda dormida. Verla en paz, tan inocente me provoca una ola de ira porque su madre no la disfruta. Liana solo tiene 3 años y ya experimenta el rechazo por parte de su madre.
Sin ella, jamás habría nacido mi pequeña, pero aun así desearía que Fernanda no fuera su madre.
Le doy un beso en la frente y salgo de la habitación, esquivando los juguetes en el suelo.
Aun cuando Fernanda y yo estamos separados, no tiene motivos suficientes para no ver a su hija, al menos, a la hora de dormir. Ese fue el trato. Le daría su libertad a cambio de visitar a la niña en los tiempos que acordamos.
Éramos muy jóvenes. El padre de Fernanda nos obligó a casarnos cuando se enteró del embarazo de Fernanda. No me opuse porque la amaba, pero con el paso del tiempo me di cuenta de cómo era en realidad: una alcohólica y drogadicta.
Nuestra adolescencia la pasamos de fiesta en fiesta y consumiendo sustancias ilegales. A decir verdad, me arrepiento de esa etapa. Lo que no pude superar totalmente fue mi problema con el alcohol. Lo he sabido controlar por el bien de mi hija, pero hay veces en que quisiera perderme y no saber de mí.
El cansancio se cierne sobre mi cuerpo. Joder, es sorprendente la cantidad de energía que tiene esa niña. Me siento en la sala de estar con un suspiro. Saco el celular de la bolsa de mi pantalón y llamo a Fernanda.
Responde cuando está a punto de saltar el buzón de voz.
—¿Qué quieres, Diego? —responde, arrastrando las palabras.
—Deberías estar aquí con tu hija. Ya pasó la hora de dormir.
Se oye música a todo volumen al fondo.
—Vamos, Diego. Estoy algo ocupadaaa.
—Si no quieres que aleje a mi hija de ti, vas a cumplir con el trato —mi odio solo va en aumento, maldita mujer.
—¡Agh! —se queja—. De acuerdo, en un rato llego.
Ese rato se vuelven horas, y cuando mis ojos ya no pueden el peso, se cierran en un suspiro.
Me falta el aire.
Abro los ojos de golpe. No se ve nada. Humo por todas partes. Cuando recobro el conocimiento por completo, me doy cuenta de que estoy tosiendo sin parar.
Liana...
Me levanto de un salto corro a la habitación de mi hija. Hay llamas por toda la casa. Parte del techo amenaza con caer sobre mí. ¿Qué mierda pasó?
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Inevitable Seducción
Fiction généraleEstoy cansado de mi rutina. Solo una vez, y después.... Todo puede volver a la normalidad. Parece que ella sólo busca divertirse... Y aún así, no lo pude evitar, y le ofrecí una noche con una sola condición: sin sentimientos. No pensé que rompería m...