19

5.5K 521 18
                                    


Melissa

No han pasado más de tres horas desde que Leonardo se fue y ya recibí algunos mensajes suyos. Cada que escucho el celular, es un mensaje de él. Me extraña que tenga tiempo de responder tan rápido. Considerando que se fue demasiado rápido, a mi parecer. Quizá tenía trabajo qué hacer en sábado

Mónica despierta y me preocupo al escucharla vomitar en el baño.

—¿Todo bien? —le pregunto cuando sale. Frunzo el ceño al verla pálida.

—Sí, algo debió haberme caído mal anoche que salí a cenar con las chicas.

Asiento con la cabeza y la dejo pasar a su cuarto. No quiero pensar que es otra cosa, así que lo dejo pasar.

Pasa un rato y mientras recolecto ropa sucia de todos los cuartos, Mónica abre la puerta de su cuarto y la veo lista para salir a la calle.

—¿A dónde vas? —le pregunto, extrañada.

—A resolver unos asuntos. Preocúpate por los tuyos, Meli. —me molesta la manera en que me responde, fingiendo dulzura. Ruedo los ojos y la veo salir por la puerta sin mirar atrás.

Cuando tengo la canasta llena de ropa, el teléfono de la casa timbra. La dejo en el suelo y corro a responder.

—¿Sí?

—Melissa, ¿cómo están?, ¿todo bien?

La voz de mamá inunda el auricular. Sonrío y la tranquilizo diciéndole que Mónica y yo estamos perfectamente (omitiendo lo de Mónica). La mujer no deja de darme instrucciones como si fuéramos niñas pequeñas y sonrío.

Cuando me dispongo a meter ropa a la lavadora, escucho mi celular de nuevo. Para mi sorpresa, no es Leonardo, sino un mensaje de Brandon.

Lanzo la ropa a la lavadora junto con algo de jabón y la cierro. Suelto una carcajada al leer el mensaje de Brandon.

«¿Sigues viva? Cualquiera pensaría que moriste por tantos orgasmos.»

«Sigo viva después de morir e ir al cielo gracias a Leonardo. Pero está ocurriendo lo que ya sabíamos que pasaría»

Al segundo recibo su llamada. Respondo mientras cierro la puerta de mi habitación.

—Hola amigo.

—Tienes que contármelo, ya. —exige

Le cuento todo y, claro, omito algunos detalles vergonzosos, pero básicamente cubro todas mis preocupaciones.

—Siento que se me agota el tiempo, Brandon. Que en cualquier momento se va a hartar de mí. —la última frase la digo con la voz quebrada. Me ahoga el pensamiento de que eso ocurra.

—No me gusta oírte así. Ni cuando rompiste con Hugo te escuché tan devastada.

Brandon tiene razón, lo de Hugo ya lo esperaba, así como la inminente partida de Leonardo.

Para lo que no estaba preparada era para enamorarme. Leonardo no es romántico siquiera. Tan solo sus manos, sus besos y su mirada bastaron para que cayera de rodillas. A pesar de que han pasado poco más de seis meses desde que comenzó todo, siento como si fuera menos. Cada noche que Leonardo pasa entre mis brazos, es como si fuera la última.

—Necesito más tiempo, Brandon.

—Dudo que la paciencia ayude en tu caso. Quizá sea arriesgado... Pero, ¿has considerado decirle la verdad?

—¡No! Eso solo lo ahuyentaría, aunque la verdad, quizá ya lo sospecha.

—Creo que deberías arriesgarte. Probablemente tengas las de perder, pero puede que ya te quiera y solo tenga miedo, al igual que tú.

Me parece poco probable lo que me dice, pero decido darle la razón y zanjar el tema.

Llevo algunos minutos platicando con Brandon cuando siento de nuevo que el celular vibra mientras hablamos; incluso mi amigo llega a escuchar las vibraciones.

—¿Qué pasa?, ¿interrumpí su sexting?

Suelto una carcajada.

—No precisamente. Esta mañana se fue de mi casa después de pasar la noche juntos.

Brandon silva en sorpresa.

—Hmm, así que ya van avanzando en su relación...

—No creo que sea un avance, lo veo más como punto muerto.

Brandon suspira de manera exagerada.

—Tu actitud negativa deja mucho que desear, Melissa.

—Vamos, intento no despegar tanto los pies del suelo.

—Te entiendo. Aun así pienso que des un paso más. Es cierto que tienes qué perder, pero al menos asó te darás cuenta si planea quedarse a tu lado.

Considero lo que Brandon me dijo, pero procuro cambiar de tema. Saco el de su reciente relación y nos vemos enfrascados en una conversación de una hora. Cuando recuerdo que la lavadora ya terminó, corto la llamada, no sin antes haberle prometido que saldremos de nuevo.

El celular timbra de nuevo mientras salgo de la habitación. Lo revisaré cuando regrese.

Sin embargo, el timbre de la casa también me interrumpe. Suspiro, exasperada.

Cuando abro la puerta, Leonardo está en el quicio con la mirada encendida y el cabello revuelto.

—¿Qué pasa? —le pregunto, genuinamente preocupada. Leonardo se limita como si nunca lo hubiera hecho y da un paso al frente. Instintivamente doy uno atrás, lo cual hace que frunza el ceño.

Sin acercarme a él lo suficiente, doy un empujón a la puerta y la cierro.

—Lo que sea que ocurra —trago saliva—. Puedes contármelo mientras termino mis quehaceres.

Reanudo mi camino hacia el cuarto de lavado; me pone nerviosa su visita. Escucho sus pasos a mi espalda e inmediatamente mi cuerpo se enciende al saberlo tan cerca.

Se queda de pie a unos metros de mi mientras saco la ropa.

—¿Y bien?

Leonardo se queda mirándome con seriedad. Sus ojos nunca abandonan los míos y me pongo nerviosa. Desvío la mirada y continúo con mi tarea.

—De acuerdo, no entiendo por qué viniste sin razón aparente, cuando lo único para lo que me buscas es para enterrar tu pene en mi cuerpo.

Ignoro la punzada de dolor que le sigue a mis palabras, así como también evado la mirada de Leonardo que parece reticente a decir una sola palabra. Admito que quizá lo dije para provocar siquiera algo en él, pero me decepciona ver que ni siquiera se inmutó.

La ropa húmeda la deposito en la secadora, fijo el temporizador y la enciendo. Me armo de valor y me giro hacia Leonardo que parece echar fuego por la mirada.

Acorta la distancia que nos separa y me mira con ojos severos, después, se inclina sobre mi oído.

—En eso habíamos quedado, ¿no? En que ambos utilizaríamos el cuerpo del otro como nos viniera en gana. —desliza una mano fría por la piel desnuda de mi cintura, sobresaltándome—. Justo ahora vengo a reclamar mi derecho.

Su voz grave que me encanta está teñida de desdén.

—Leonardo, no es la forma, ni el tiempo adecuados...

El hombre me alza en brazos y me coloca sobre la secadora. Lo demás ocurre como en un borrón. Mi blusa en el suelo, abierta de piernas sintiendo la dulce boca de Leonardo entre mis pliegues; la sensación de estar al borde del precipicio sin caer; la plenitud de ser colmada por Leonardo, mis gritos, las sacudidas de la secadora y el gruñido gutural de Leonardo que se oyó por encima de todo. La conmoción de sentirme sucia por haber disfrutado de que me utilizara... Aun cuando mi mente me grita que él tiene razón, que esto era lo que acordamos

Y la desdicha de no poder verlo después de esto.

Inevitable SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora