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Presente

Leonardo

Uno, dos, tres, cuatro.

Con cada golpe que el saco recibe, una porción de energía y tensión se libera, pero no es suficiente.

Necesito otra manera de sacar esto.

Por mucho tiempo viví en una mentira, estoy familiarizado con ellas, y las odio. Pero nunca fue mi intención mentirle, sólo oculté una parte de la verdad...

De nuevo me veo arrastrado a la noche que pasé con ella. Decir que fue extraordinaria, definitivamente es quedarse corto. Fue alucinante, y a la par decepcionante saber por qué se fue tan abruptamente. En ningún momento he hecho caso omiso a mis propias reglas, y aun así, lo hice, por ella.

¿Qué mierda tiene su coño? Necesito concentrarme en otra cosa.

Cinco, seis, siete, ocho.

Golpeo con fuerza, como si mi vida dependiera de ello. Toda la tensión que siento es porque no soy capaz de concentrarme en el trabajo, en cosas tan simples como mis citas pendientes. Porque el clima de mierda me recuerda más a esa noche.

La misma parte de mí que me gritaba que esto no debía ocurrir de nuevo, era la misma parte que rogaba más de ella. Mi cuerpo ansiaba una cosa, mientras que mi mente intentaba poner un alto a todas las tentaciones que ella me provoca.

—Melissa. —murmuro para mí.

Su nombre. ¿Por qué me parece erróneo mencionarlo? Como si mi boca no fuera digna de pronunciarlo.

—¡Maldita sea!

Con un golpe decisivo mando a volar el saco y me alejo en dirección a la salida del gimnasio.

No, no puedo seguir pensando en ella.

Tomo algunas respiraciones mientras camino en dirección a mi baño. Cuando entro a la habitación, mi mente recrea el momento en que la dejé sola para ir a beber algo de agua. Cuando regresé, admiré su glorioso cuerpo desnudo, con el cabello revuelto y los labios entre abiertos. Parecía una diosa del sexo. Joder.

Pero tan pronto como vino, la ilusión se desvanece. Sacudo la cabeza y entro a la ducha.

Tres toques a la puerta.

—Adelante.

Rocío abre la puerta y da unos pasos dentro de la oficina.

—Licenciado, lamento molestarlo, pero de nuevo... —esta chica tiene la habilidad de sentirse avergonzada por todo.

—¿Sí? —le digo, reuniendo paciencia.

—Hay un señor que dice ser abogado, y se niega en irse. Argumenta querer hablar con usted de algo delicado.

Tan pronto como capto las palabras "abogado", y "hablar con usted", siento como si me sacaran el aire con un golpe.

Mierda, mierda.

—Vete. Te aviso cuando lo dejes pasar.

Rocío asiente con la cabeza y cierra la puerta tras de ella.

Me levanto y bebo algo de alcohol de mi colección privada. El ardor que baja por mi garganta es bien recibido, pero a la vez me recuerda que esto es real. Jamás podré tener una vida lejos de todos.

—Déjalo entrar. —le digo a Rocío cuando regreso al escritorio, por el interfono.

—Como usted diga. —responde. Tomo aire, a la espera de lo que sigue.

La puerta se abre y entra un hombre de baja estatura con evidente calvicie y lentes de marco delgado.

—Buenas tardes, mi nombre es Martín Iriarte. Señor... Leonardo Otero, ¿así es como debo llamarle? —pregunta, tomando asiento frente mi escritorio.

Si pudiera lanzarle dagas con los ojos, lo haría en éste momento.

—Es mi nombre. No tiene por qué dirigirse a mí de otra manera. —replico, con evidente molestia.

—Claro, claro —responde nervioso—. Lamento molestarlo, pero es necesaria su presencia en la capital. Necesita rendir su declaración por la reciente solicitud de libertad condicional de Fernanda Iturbide.

Sus palabras turban mis pensamientos. No debo ceder.

—¿Por qué habría de acudir? —le pregunto, levantándome de mi asiento. No puedo quedarme quieto un segundo más—. ¿Cómo es que me encontró y por qué debería de acudir?

El abogado se aclara la garganta.

—Gracias a su reciente aparición en televisión local pudimos dar con usted. La señorita Iturbide lo reconoció. Sé que no es habitual que sucedan este tipo de incidentes, pero quiero dejarle claro que solamente es para reafirmar algunos detalles del caso, y por consiguiente, la señorita Iturbide pueda obtener su libertad condicional.

Suelto una carcajada.

—¿Por qué cree usted que quiero que ella salga libre? Sinceramente, para ser abogado, no parece tener las respuestas obvias en su cara.

Esto es el puto colmo, la gota que derramó el vaso.

—Se necesitan a todos los implicados para poder proceder.

—Se necesita tener huevos para venir aquí a pedirme algo así. Lo felicito. —presiono el botón del interfono y llamo a Rocío.

¿Dígame señor?

—¿Podría hacerme el favor de mostrarle la salida al señor Iriarte?

Enseguida.

El hombre me mira con el rostro enrojecido. ¿Ira?, ¿vergüenza? Jamás lo sabré. Rocío toca dos veces y abre la puerta.

—Por aquí —indica.

—Vendré de nuevo. Espero que cambie de parecer. —el abogado me deja una tarjeta sobre el escritorio y camina hacia Rocío.

—¿Es una amenaza? —lo provoco. Se detiene en seco y gira el rostro hacia mi.

—Es una promesa, señor Otero. Buenas tardes.

Cuando entro al departamento, un peso invisible se cierne sobre mí. Sé exactamente de donde proviene. La visita de ese hombre y el saber que no planean dejarme fuera provoca una serie de emociones que no puedo describir. Sólo una sale a la superficie: Odio. Es intenso y profundo. Sin embargo, ésta es mi oportunidad para demostrar que lo único que habita en mí, y lo único que les puedo dar es precisamente eso.

Creía que lo había dejado en claro cuando decidí dejar todo detrás.

Al detenerme en la puerta de la habitación, mi mente evoca otros recuerdos. De nuevo soy arrastrado a recordarla a... Ella. Y como invocó un hechizo sobre mí. Me sudan las manos y pronto comienzo a sentir demasiado calor.

No puedo olvidar la manera en que sentí su piel bajo mis manos, mi boca sobre la suya y sus gemidos en mis oídos. Es demasiado.

Necesito tenerla de vuelta. Una vez más.

Inevitable SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora