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Melissa

—¿Qué es eso?—me pregunta Leonardo. Yo, intentando desviar el tema, me doy la media vuelta y coloco ambas manos en su rostro.

—No es nada —le aseguro, pero insiste en analizar mi brazo y me doy cuenta de que el moretón no se ha desvanecido ni un poco.

Leonardo retira mis manos de su rostro y sale de la bañera, envolviendo de manera rápida una toalla en su cintura.

—Creí que seríamos sinceros el uno al otro —me reprocha, mirándome a los ojos. Del pecho le escurren gotas de humedad. Trago saliva visiblemente—. No me estás diciendo la verdad, puedo verlo. Eres como un libro abierto, Melissa.

Desvío la mirada hacia mi brazo y se me retuerce el estómago de ver los dedos de Hugo pintados en mi piel.

—Me enferma pensar que estás con alguien más. Jamás había hecho esto con nadie, y acabas de hacer que pierda toda confianza. —reprocha.

—Leonardo... ¿Me dejas explicarte? —odio que mi voz se escuche tan bajo.

Para cuando termino la pregunta, Leonardo ya salió del baño hecho una furia. Maldición. Salgo rápido de la bañera y me envuelvo en la toalla más cercana. Tiene que escucharme.

—¡Leonardo! —le llamo, lo encuentro tomando un líquido color ámbar en un vaso de cristal. Hace una mueca al terminarlo y me mira.

—Quiero que te vayas. —vocifera mientras se sirve de nuevo.

Mi estómago se retuerce ante sus palabras. ¿Es que no me dejará explicarme?

—Leonardo, quiero que...

—No lo repetiré, Melissa. —advierte, y vuelve a beberse todo el vaso de golpe. Siento una opresión en el pecho.

No puedo evitar sentirme atacada. Es cierto que nuestra "relación", si es que así se le puede decir, no es más que puros acostones, pero aun así, siento la necesidad de explicarme.

—Fue mi ex novio. —suelto de golpe—. Hace meses rompí con él porque me engañó, y hoy vino a amenazarme después del trabajo. Supongo que lo que ves en mi brazo es su intento de llamar mi atención.

Leonardo bebe mis palabras, gira la cabeza hacia un lado, viendo hacia lo que revelan las finas cortinas de su sala de estar. La luz se cuela entre la tela e ilumina su precioso perfil. Maldito.

—Lo siento —murmura, tras un suspiro.

No me acerco a él. Creo que dar por terminada esta noche será lo mejor.

—Sé que lo que tenemos no es de mucha importancia, pero cuando quedamos en que sería monógamo, yo lo acepté. Y espero confíes en que no voy a cambiar de parecer.

Regreso al baño con la intención de recoger mi ropa con los ánimos por el suelo. A través del espejo casi empañado veo la enorme silueta de Leonardo tras de mí. Coloca sus manos sobre mis hombros sin tocarme. Incluso entonces puedo sentir el calor que emana de su piel.

—¿Qué haces? —pregunta, mirándome a los ojos.

Suspiro, incapaz de responder. Sus ojos azules me devoran.

—Lo mejor será que me vaya.

El hombre toma mis manos y me obliga a soltar mi ropa. Después, las entrelaza tras mi espalda y las sostiene con una mano, mientras que con la otra, suelta el nudo de la toalla y ésta cae a mis pies, revelando mi cuerpo desnudo bajo su mirada penetrante.

Pone especial atención en las marcas moradas en mi piel. Duelen al toque, pero Leonardo no las toca, al menos no con sus dedos. Utiliza su mano izquierda para sostener mis manos y se coloca a mi lado derecho, frente a mi brazo con los dedos de Hugo en él. Alza la mirada y busca mi aprobación. No sé qué hará, pero no necesita aprobación. Sé que no me hará daño.

Inevitable SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora