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Melissa

—Volveré.

Leonardo deja la toalla sobre un sillón y sale de mi casa dejando la puerta abierta. Antes de llegar a su coche, da una última mirada en mi dirección, y con el gesto endurecido, entra al vehículo y se va.

Cierro la puerta tras de mí y un suspiro entrecortado emerge de mi pecho.

¿Por qué tenías que volver?

Recojo una vez más los pedazos de mi corazón roto. Leonardo no debía volver. Se suponía que no debía hacerlo.

Él fue quién me sacó de su vida, ¿Pretende volver a la mía como si nada hubiera pasado?

Está muy equivocado.

No pienso tirar por la borda todo este tiempo en el que aprendí a tomarle cariño a César. Es un buen hombre y ha sabido ser paciente conmigo. Tenemos más del año saliendo pero aún así no sé si quiero algo serio. No quiero jugar con él, siempre he sido sincera al respecto y sabe de la existencia de Leonardo, pero lo noto, sé que está ansioso de que hagamos algo más que besarnos. Pero no estoy lista.

Y después de esto, no sé si lo estaré.

Leonardo es una estaca clavada en mi corazón. Me duele no poder pasar página. Se metió tan dentro de mi cabeza, me hizo sentir algo más que no había experimentado. Me hizo sentir cosas con mi cuerpo que no sabía que podía sentir. Me ayudó a conocerme y aun así yo nunca pude conocerlo del todo.

Pronto me veo transportada al día en que lo enfrenté al creer que estaba casado. La decisión en sus ojos fue la misma que vi en su mirada antes de irse.

—No voy a dejarte, Melissa. Volverás a ser mía.

—¿De qué mierda hablas? No quiero verte de nuevo. ¡Estás casado!

—¡No lo estoy, maldita sea!

Sacudo el pensamiento de mi mente, pero otro lo reemplaza. Recuerdo el dolor lacerante que sentí cuando Leonardo me pidió que no volviera. Como me lanzó el vestido y con su mirada carente de emoción, me lanzó fuera de su vida.

No, no va a volver a romperme el corazón.

No importa las veces que vuelva.


Regresando de la escuela, Leonardo está sentado en la banqueta fuera de mi casa. Sin poderlo evitar, mi corazón se acelera al verlo ahí, esperando por mí.

Ha pasado una semana completa en la que no ha dejado de estar ahí. Bajo la puerta encuentro notas, las cuales, dicen lo mismo cada vez:

¿Me perdonarás por ser un imbécil?

Eres el aire, Melissa. Quiero todo de ti.

Nunca he contestado a ninguna. Sé que me mira entrar y tomar las notas. Ha tocado la puerta dos veces en la semana pero ninguna respondo.

Eventualmente se cansará. Siempre me digo lo mismo.

No sé a qué hora se va, pero por las noches ya no lo veo sentado fuera, hasta que vuelvo del trabajo al siguiente día. Hoy César decidió traerme a casa. De verdad deseo que Leonardo no esté ahí, pero de nada sirve desear fervientemente.

—¿Quién es ese, Mel?

César aparca el coche frente al de Leonardo. ¿Qué le digo?

Suspiro mientras abrazo el bolso a mi pecho.

—¿Recuerdas que te conté sobre el hombre...?

—Si —me corta—. ¿Es él?

Asiento con la cabeza.

Inevitable SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora