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Leonardo

—¿Qué? —Melissa se sorprende de mi propuesta, lo cual me toma desprevenido. Jamás me había excitado tanto una respuesta como la suya lo hace en este momento—. ¿No vamos a comer? Muero de hambre...

Un ligero tono rosado ilumina sus mejillas. Parece avergonzada de haberlo aceptado en voz alta.

—No te avergüences, por favor. —le digo, tomando su barbilla para alzarla y mirarla a los ojos. El toque es demasiado íntimo, sin embargo, ella no se retira y, para mi sorpresa, yo tampoco lo hago.

—Está bien. Después de la comida soy... toda tuya.

De nuevo se avergüenza. Sonrío ante su respuesta. No sabe las ganas que tengo de ponerle las manos encima. Pero esos pensamientos me los guardaré para mí.

Es lo único en lo que he pensado desde que recibí su llamada. Si antes lo pensaba demasiado, después de eso aumentó la frecuencia en las que necesité darme un baño frío para calmarme. Fue hace una semana. Necesité reunir toda la fuerza que fui capaz para poder controlarme y no saciar mis ganas con mis propias manos. Pero conforme más lo pensaba, más aumentaban. En mi mente solo estaba una cosa: asegurarme que ella me saciara con sus manos, con su boca, con su coño.

Tomo asiento de nuevo y espero que traigan el Chardonnay. Melissa parece nerviosa por lo que ocurrirá después de salir del restaurante. Jamás había pensado en esforzarme por mantener a una mujer a mi lado, pero por ella, lo haré. Su cuerpo vale la pena.

Para cuando la mesera trae el vino, le pido lo deje en la mesa. No necesito degustarlo para saber que es el vino exacto para ésta noche. Rosado, como lo estará el trasero de Melissa cuando mi mano se impacte contra él.

—Estuvo muy bueno. Creo que no me entra ni un alfiler. —Melissa deja el tenedor sobre su plato y limpia sus labios con la servilleta.

Durante toda la comida, no hizo más que provocarme con sus sensuales movimientos. Aunque, a decir verdad, dudo que sea consciente de lo que hace. Llegó un momento en el que la tensión en mi pantalón fue imposible de soportar y tuve que desabrochármelo. Maldición. Su inocencia e ingenuidad a lo que hace solo me provoca aun más.

—Concuerdo contigo —le digo, después le doy el último sorbo a mi copa y miro mi reloj—. Creo que es hora de irnos.

De pronto, la chica se pone rígida y aprieta los labios.

—¿Me disculpas un momento? Iré al tocador.

Cuelga su bolso sobre su hombro y se da la media vuelta. Asiento con la cabeza a manera de respuesta y veo como se retira. El pantalón que lleva se adapta perfectamente a cada centímetro de su cuerpo. Exhalo. Necesito que estemos solos.

Aprovecho su ausencia para pedir la cuenta y revisar mis mensajes.

«Buenas noches, señor Otero. El hotel y el vuelo al congreso ya están reservados. Le envío los pormenores a su correo electrónico.»

—¿Señor? La cuenta.

Extiendo mi tarjeta a la mesera y ésta se retira.

Asiento con la cabeza, satisfecho con el mensaje de Rocío. Tecleo mi respuesta a Rocío de manera rápida al ver que Melissa se aproxima.

«Gracias Rocío. Lo espero. Buenas noches. »

—Regresé —la voz de Melissa me sorprende, así que guardo el celular de inmediato. Le doy otro trago a mi copa de vino y me levanto.

—Hora de irnos —abre mucho los ojos cuando le ofrezco mi mano. Sin embargo, la toma.

Su mano aun con rastros de humedad por habérselas lavado, se siente un poco fría contra la mía. Una corriente de electricidad me recorre el brazo entero. Fijo mi mirada en donde nuestras manos se unen, después alzo la vista para encontrarla mirándome. Quizá ella también lo sintió.

Inevitable SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora