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Leonardo

¿Debo continuar con éste maldito juego?

Ha pasado un mes. Un jodido mes en las que he sentido como si mi maldita vida girara en torno a esa mujer. Un mes en el que he sentido como el deseo me consume por dentro, incapaz de extinguir el fuego que se expande.

Estoy harto de este juego enfermizo.

¿Cómo una maldita mujer ha podido consumirme desde adentro, sin ningún tipo de contacto?

Estuve fuera de la ciudad dos semanas, arreglando el caso que Julián me encargó, y me vi incapaz de sacarla de mi mente. Me siento sexualmente inestable. Sólo pude tener una erección con dos chicas, que, curiosamente, se parecían físicamente a ella.

Es enfermizo.

Al regresar a la ciudad, acudí continuamente al bar con la estúpida esperanza de verla, como si hubiera perdido la jodida cabeza. Si no fuera porque uno de los jefes, ya me hubieran corrido del trabajo.

Han pasado tres semanas. Esa mujer es lo único que habita en mi mente.

Hoy viernes, decido que es el último día en que me permito venir. Todo esto es demasiado. Me parece ridícula la manera en que me ha provoca solo con su mirada durante todos estos días.

Fijo mi vista en ella; mis manos hormiguean con ganas de tocarla, de sentir su piel bajo mis manos, su cuerpo enredado al mío. Es un deseo irracional. Jamás en mi vida he sostenido una sola palabra con ella, pero en nuestro juego, es como si ya la hubiera poseído miles de veces.

Dejo que el deseo corra libre por mi torrente sanguíneo.

Una vez más, va a acompañada, pero esta vez, no es por un hombre. Es un grupo de chicas.

En éste tiempo, estuve viéndola entrar y salir con el mismo chico con el que la vi por primera vez. El juego de miradas entre ambos me ponía tan malditamente excitado, pero me he negado a darme una liberación. Me niego. Debe ser con ella. Tendré un serio caso de bolas azules si seguimos con esto.

Esta noche le pondré fin a esta mierda.

Se sienta en el rincón más alejado junto con sus amigas. Me confunde. Pareciera que no está del todo cómoda. Su habitual seguridad se ve resquebrajada un poco.

Bebo más de mi whisky, analizándola, esperando la habitual conexión. Su cabello cae en cascada a cada lado de su rostro, cubriéndolo parcialmente en las sombras, sus ojos se elevan hasta enredarse en mi mirada y sucede. Esa sensación que me golpea. Se coloca el cabello tras su oreja y sus ojos se elevan nuevamente hacia los míos. Inspiro bruscamente. No sé qué mierda me hace...

Aprieta los labios y traga saliva visiblemente sin soltarme la mirada. Las demás veces solo parecía disfrutar de torturarme con sus miradas insinuantes y su visible altanería. Pero ahora... Parece más afectada.

Pasa un rato en el que la veo platicar con una o dos chicas. Cuando llega mi cena, doy un bocado sin soltar mi mirada de ella.

Me termino mi trago sin dejarla de mirar, pero el hechizo se rompe; veo que dice algo a sus compañeras de mesa y se levanta. Con una última mirada en mi dirección, se pierde en dirección a los baños.

A estas alturas, ya no pienso. Joder, quisiera poder largarme de este lugar y olvidarme de esta mujer de una buena vez. Pero en lugar de eso, me levanto y camino, esquivando a los meseros y otras personas, en dirección al pasillo que da a los baños.

Cuando llego, no está. Así que decido esperarla fuera. Parezco un maldito acosador, pero últimamente no me importa. Me ha atormentado todo este tiempo. No he podido tirarme a nadie porque inmediatamente su recuerdo viene a mi mente.

Escucho encenderse el secador automático de manos, luego unos pasos. Al segundo, abre la puerta. En el momento en que pone un pie fuera del baño, engancho brazo en su cintura y la arrastro dos puertas adelante, al cuarto de servicio.

—¿¡Qué haces!? —exclama, intentando soltarse de mi agarre. La empujo dentro y entro, cerrando la puerta tras de mí con seguro.

Mi corazón está a punto de salirse de mi pecho. Nuestras respiraciones entrecortadas son lo único que se escuchan dentro de éste cuarto oscuro. Siento su tibieza frente a mí, pero aun así no la toco.

—¿Qué hago? —le pregunto—. ¿Por qué demonios me has tentado de esa manera?

—¿De qué diablos hablas? —escucho que dice con voz temblorosa. Está fingiendo, escucha.

—Sabes bien de qué hablo —digo, levanto una mano y acaricio su mejilla con mis dedos, tan ligero como una pluma. Escucho que inspira y sé que voy por buen camino.

—Está bien, lo siento. —admite—. No debí haber hecho eso.

—No, no basta con que lo sientas. Ahora tendrás que compensarlo.

Inspira una vez más. Miedo.

—¿C-cómo pretendes que lo haga?

Enlazo mi brazo izquierdo en su cintura y la pego a mí. Que sienta lo que sus malditas tentaciones le han hecho a mi cuerpo, en especial, a mi polla.

—Tendrás que averiguarlo. Ven conmigo.

—No...

—Lo harás. Me lo debes.

Suspira. En ningún momento me ha empujado, o ha hecho ademán en alejarse de mí. Voy por buen camino.

—Está bien. Lo haré.

Sonrío. Sé que no me ve, pero es una sonrisa de victoria.

Abro la puerta tras de mí y salgo, seguido de esto, engancho mi mano en la suya. Su piel está tibia y cuando sus dedos se tensan alrededor de mi mano, otra oleada de deseo corre por mis venas.

Nos dirijo a la salida, pero se tensa.

—¿Podría al menos despedirme? —pregunta.

Aun no puedo verla bien; a decir verdad, me he sentido más atraído por su cuerpo y por la manera en que me provoca que por su rostro. La luz tenue del lugar me impide apreciar su rostro. Asiento con la cabeza mientras me dirijo hacia la caja, para pagar mi consumo.

Por el rabillo del ojo veo que se acerca a la mesa; las chicas con las que viene la escuchan vagamente, luego regresan a lo suyo. Encoje los hombros y se da la vuelta sobre sus talones. Una vez más, nuestras miradas se enganchan y la sangre corre a toda velocidad por mis venas.

Ésta noche serás mía.

La cajera me cobra y camino en dirección a la mujer que me ha robado el maldito sueño.

—¿Lista? —le pregunto.

Alza la mirada. Aun con tacones, está a varios centímetros por debajo de mí. Me mira con el gesto inexpresivo. Bajo la tenue luz de la puerta de salida, puedo apreciar más sus rasgos.

Es... Hermosa.

Y, siento que la he visto antes.

—Sí. Estoy lista.

Abro la puerta del bar y salgo detrás de ella. Coloco una mano sobre su espalda baja, guiándola hacia mi coche.

—¿A dónde vamos? —me pregunta, al subir al coche. Lo enciendo y ajusto la calefacción.

La miro y sonrío.

—Ya verás.

Su cercanía ha disparado mis endorfinas, el deseo que siento por su cuerpo se ha expandido a niveles que no creí que fueran posibles. Pero lo haré bien por una razón.

No soy un monstruo, y ella se ve nerviosa. Puede que sea un juego en el que las consecuencias no le importaran. Pero me aseguraré de que no se arrepienta de haber comenzado todo.

Inevitable SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora