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Leonardo / Diego

—¿Cómo lo tomó tu ex suegra? —me pregunta Julián. Suspiro. Estoy cansado de recordar todo del drama en el que me vi involucrado con el último juicio de Fernanda.

—Mal. Ella realmente quería que su hija saliera, pero aun así, lo aceptó. Sabe que lo que Fernanda hizo no tiene perdón alguno y no iba a permitir que pusiera un pie fuera del reclusorio.

Julián solo asiente con la cabeza. Él supo mi verdad y la necesidad de rehacer mi vida, después de todo, presenció lo que viví con Fernanda, como casi pierdo la vida en el incendio y como parecía muerto en vida sin Liana. Julián fue mi profesor en la universidad. Además de enseñarme en el salón de clases, me apoyó cuando años después decidí cambiar mi nombre. Diego Olivas no podía dejar de existir, debía estar presente simbólicamente. Leonardo Otero fue el nombre que tomé y Julián me ayudó a existir legalmente.

El ya era propietario de la firma. Con el dinero del seguro de la casa que Fernanda destruyó, invertí en la firma y nos volvimos socios.

Quise convertir una experiencia de mierda en algo positivo para el futuro.

—Supongo que es todo, ¿cierto? ¿Volverás a ser Diego?

—No. Ya no soy esa persona y creo que tu más que nadie lo sabe. Ahora que Fernanda pasará el resto de su vida en prisión, ya no hay nada que me ate a Diego. Puedo seguir adelante, Julián. Y eso, creo que es algo grande.

—¿Cómo seguir adelante es estar alcoholizado casi todo el tiempo?

Puedo ver en sus ojos el destello de la decepción. No lo culpo. Yo también estoy decepcionado de mí.

—Lo sé —admito—, estoy dispuesto a dejarlo. Ya pasó tiempo, creo que es hora de avanzar.

Julián me mira con gesto interrogante.

—¿Te refieres a lo de tu hija o a lo de la chica?

El viejo me conoce bien.

—A ambos.

Pensar en Melissa... Es desear regresar el tiempo o perderme en el alcohol.

Creo que sólo una cosa está a mi alcance.

—Tú sabes que cuentas conmigo, muchacho. No has explotado todo tu potencial. Después del escándalo y que tu vida fue expuesta, pienso que deberías aceptar mi oferta. Eres un excelente negociador, estoy seguro que puedes expandir nuestros ingresos invirtiendo en el extranjero. He oído que el sector agrícola al norte del país es buen lugar.

Julián espera mi respuesta, pero guardo silencio.

Irme fuera podría ayudarme a olvidar lo que pasó en este último año y medio con Melissa y a dejar atrás a Fernanda y toda su familia. Estoy harto.

Quisiera volver al tiempo en el que dejé de sentir.

—Lo pensaré —le respondo al fin.

Julián asiente con la cabeza y se levanta.

—Espero te recuperes, muchacho. Estoy aquí para ti.

Y así, sin más, el viejo toma su chaqueta y sale de mi departamento.

Suspiro y termino mi vaso de whisky.

Mientras me dirijo a la cocina, los recuerdos de los momentos que pasé con Melissa en este lugar se hacen presentes. Casi puedo tocarla. Escucho su risa en un eco.

Maldita sea, me estoy volviendo loco.

Lo que haré cuenta como acoso, pero maldición. Necesito verla.

Tomo mi saco y las llaves del coche y salgo del departamento.



Al estacionar el coche frente al trabajo de Melissa, le subo la calefacción. Hace un frío casi insoportable. Casi no veo nada a través de los cristales. Tomo aire, y salgo del coche.

Entro a la cafetería que, por suerte, está vacía.

—Buenas tardes —me saluda la chica del mostrador llamada Paulina—, ¿qué le gustaría ordenar?

Aletea las pestañas. Una señal.

—Un americano mediano, por favor.

Le entrego mi tarjeta y Paulina me cobra sin quitarme el ojo de encima. Aprovecho la atracción que claramente siente por mí para sacarle información.

—Disculpa, hace algún tiempo que no vengo y me gustaría saber si Melissa se encuentra trabajando hoy.

Paulina hace una cara de asco casi imperceptible.

—Oh, sí. Hace más de un año que no trabaja aquí —me entrega el ticket y lo firmo—, disculpe que no le pueda ayudar más.

Se retira a servirme el café y cuando vuelve, le respondo.

—No hay problema. Muchas gracias.

Me sonríe y salgo del lugar, sintiéndome peor que cuando entré.

Seguro obtuvo mejor trabajo. Acababa de titularse. Desearía haberla visto superarse.

Eres un imbécil.

Regreso al coche sin muchos ánimos. Me parece casi imposible localizarla hasta que recuerdo... La casa de sus papás. Son las 6 de la tarde, debe haber alguien.

Me cuesta un poco recordar donde es, pero logro llegar. Aparco a unos metros y la analizo mientras bebo un sorbo del café. Está asqueroso.

En el buzón hay un cartel pegado acompañado de unos globos.

1er año de Michelle.

Siento miedo. Maldición. ¿Y si se casó?, ¿y si Michelle es su hija? No, no, no... No puede. No pudo olvidarnos tan fácil.

Veo salir a mujeres con niños en los brazos cubiertos con mantas por el frío. Estoy a punto de salir del coche cuando veo a la protagonista de mis sueños. Melissa.

Lleva un gorro grueso sobre su largo cabello suelto. Sus mejillas están rojas por el frío y en su rostro tiene una sonrisa. Se dirige al buzón y retira los globos y el cartel de cumpleaños. Me siento un cobarde. Dudo un momento si bajar a hablarle. Necesito que me perdone, me arrodillaré si es necesario, besaré el piso que toquen sus pies, lo que sea. La necesito en mi vida...

Mi determinación se esfuma cuando un hombre que presumo es un poco más bajo que yo se acerca a ella y la ayuda a retirar los globos. Melissa le sonríe y el se inclina a darle un beso. Siento ganas de asesinarlo cuando lo veo tan cerca de ella, pero el alivio me recorre al ver que ella lo evita.

Lo evita. Mierda, aun no me olvida.

Con una mano se despide del hombre y regresa a su casa contorneando las caderas bajo el grueso abrigo.

Maldita sea, mujer.

Hay esperanza.

Melissa volverá y haré lo que sea para convencerla.

Inevitable SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora