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Leonardo

Mi reputación como abogado siempre se la adjudiqué a una sola cosa: intuición.

De alguna manera puedo saber si una persona miente o no. El rostro siempre revela sentimientos, por más en contra que estemos. La voz le hace justicia a los sentimientos. Puedo diferenciar la verdad de la mentira.

Me valgo de ella para regresar a casa de Melissa. Sé que algo no está bien.

Aparco el coche unas calles adelante y regreso a pie, analizando la breve conversación que tuve con ella a través de la puerta. Los golpes, su tono de voz, su grito... Todo parece fuera de lugar.

Conozco a esa mujer. Tiene más huevos qué otros hombres que conozco; no se hubiera perdido la satisfacción de correrme personalmente de su casa.

Ese fue el primer error.

Las luces apagadas de noche, otro error. Melissa deja al menos una lámpara encendida.

Al ingresar al porche, distingo por las ventanas una luz amarillenta en el interior. Vuelvo a tocar la puerta. Tengo un mal presentimiento, maldita sea

—Melissa, ¡abre la puerta, maldición!

El resto de la escena ocurre en cámara lenta.

Una explosión dentro me lanza por los aires. Caigo sobre el pavimento con pequeños cristales incrustados en mis brazos. Sin importarme poco mi dolor, me desgarro la garganta gritando su nombre—: ¡Melissa!

A unos metros, distingo una silueta saliendo de la parte trasera de la casa. ¿Será ella?

Mi corazón late deprisa. Corro para alcanzarla, pero la silueta se distorsiona. Es un hombre.

—Hijo de puta, ¿qué mierda haces aquí? —me grita antes de que colisione contra su cuerpo y lo lance al suelo.

Se revuelve bajo mi peso y su puño impacta contra mi barbilla. Peleo con el contra el pavimento, intentando quitármelo de encima mientras la casa cruje ante las llamas.

—Eres una mierda, tú fuiste quién ocasionó el incendio, ¿no es así? —lo golpeo en el estómago, sacando el aire de su cuerpo. Lucha por recuperar el aire cuando le asesto otro golpe al lado de su cara, dejándolo inconsciente.

Me levanto del suelo y contemplo con horor como la noche en que perdí a Liana se vuelve realidad una vez más.

No puedo perder a Melissa.

Pronto escucho las sirenas de los bomberos. No puedo esperar a que lleguen.

Con el corazón en la mano, pateo la puerta dos veces hasta que cae destrozada a mis pies. El humo satura mis pulmones y me arden los ojos.

—¡Melissa! —grito con todas mis fuerzas.

Me quito la playera y la envuelvo en mi rostro, mientras muevo los restantes de la mesa, entonces, la distingo.

Melissa está en el suelo cubierta de polvo y restos de madera. Inconsciente.

Mis peores miedos se ven resumidos en una sola imagen.

No puedo perderla.

La tomo en brazos y me doy prisa al escuchar el crujir de la casa. Nos caerá encima si no me apuro, maldición.

Siento su calidez contra mi pecho. No la he perdido, sigue conmigo.

—Melissa, no me dejes por favor...

Salgo de la casa justo antes de que el techo sobre mi cabeza se rinda ante las llamas.

Los bomberos me alejan de la casa dirigiéndonos a una ambulancia. Ignoro lo que acontece a mis espaldas mientras coloco a Melissa en una camilla.

Inevitable SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora