•Un mes•
Narra Guillermo.
La televisión estaba prendida en una estación de música. Las persianas y cortinas estaban abiertas y aunque el clima estuviera prendido, el sol que entraba quemaba.
Eche a un lado las cobijas y me pare de la cama; me puse mis pantuflas y entre al baño a hacer mis necesidades y lavarme la cara. Baje a la cocina y agarre el jugó de naranja que estaba dentro del refri en esta típica caja de plástico. Bebí un poco.
—¿No vas a dar los buenos días?—No me había percatado de que Samuél estaba desayunando en la sala.
—Lo estoy pensando. —Dije.
—Al menos te levantaste.—Se alzo de hombros.
—También tuve que pensarlo sobre un largo tiempo.—Me senté enfrente suyo.
—Duermes mucho.—Aparto por un momento la mirada de su periódico y me miro.
—Estoy joven, lo puedo hacer, no tengo responsabilidades como otros hombres viejos las tienen.—Le sonreí.—¿No me darás de tú desayuno nutritivo?
—Dile a Rubén. —Se encogió de hombros.
—Me caes mal—Me pare y fui a la cocina a pedirle el desayuno a Rubén.
—También te amo—Grito.
[...]
—...Y entonces quería que me acompañaras a ver los preparativos de la boda.—Yo solo asentí. Estaba viendo un maratón sobre tortugas, no le prestaba atención absoluta hasta que menciono lo de la boda.—¿Me estas poniendo atención?—Me preguntó.
—Ajá.—Seguí viendo la tele.—Pobres tortugas, ¿Como es que la gente puede ser tan maldita como para matarlas?—Hice una mueca.
—No me prestaste atención.
—A que sí, querías que te acompañara a ver eso de la boda y así.—Moví mi mano.
No le restaba importancia a eso de la boda, pero en este caso las tortugas son más importantes.
—Quiero una tortuga.—Me entristecí.
—¡Leches Guillermo!—Exclamó —Yo ya me quiero casar.
—¿Por qué tanta prisa?—Fruncí mi ceño.—Ya... Que los años se te vienen encima.—Reí y el rodó los ojos.
—Anda, vamos hoy ¿Vale?—Puso cara que suplicaba.
—Samuél...
—Guillermo...
—Ash—Dije.
—Pikachu.
—¿Y así quieres que te acompañe?
—Vale, ya, ¿Me acompañas?
—Si Feo—Reí.—Pero dame un beso, ya no me has dado.
—Esta noche te doy.—Gire los ojos.—Pero mientras te doy besos.—Me beso.
[...]
Fuimos a una tienda en donde podíamos asesorarnos para nuestra boda; el lugar estaba en silencio. Como si nadie estuviera feliz de casarse; digo, ¿Por algo la gente se casa no? Porque aparte de amar a la persona, quiere estar con el toda su vida y esta feliz, pero en este caso estaba silencioso.
—Hola—Dijo Samuél —Queremos asesorarnos para nuestra boda.
—Claro que si, acompañenos.