EDITADO.
[Libro #1 de la saga "About Werewolves and Witches"]
Scott y Meredith McCall eran adolescentes normales, acostumbrados a la aburrida cotidianidad ofrecida por su ciudad natal, Beacon Hills. Pero todo cambió la noche en que uno de ellos...
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|| La bruja.
Meredith.
La luz de la luna cae directo sobre mí, fría y lúgubre, como un ojo omnisciente observándome atenta.
Tengo un horrible dolor de cabeza, como si me hubieran golpeado repetidamente contra una pared de ladrillos. No obstante, eso no explica por qué pasé de estar en una bodega en el centro de Beacon Hills a encontrarme ahora al aire libre, recostada sobre algo húmedo y con una vista clara del cielo nocturno.
¿Cómo llegué aquí? Esa pregunta surge de repente en mi mente. ¿Llegué aquí sola o alguien me trajo? La lógica sugiere que alguien me trajo, dado que estoy amarrada, pero otra posibilidad es que llegué por mi cuenta debido a un sonambulismo del que no soy consciente que sufro. O, quizás... No. No hay una tercera opción.
Intento levantarme, pero las sogas sujetando mis muñecas y tobillos obstaculizan mi esfuerzo. Al moverme, las sogas se aprietan más, cortando la circulación, así que me detengo antes de que el amarre sea tan fuerte que termine haciéndome perder tanto los pies como las manos. Me doy cuenta de que alguien me ha cambiado de ropa; mis jeans negros y mi suéter de lana han sido reemplazados por un vestido que en sus mejores días debió haber sido de un limpio color blanco, sin rasgaduras y con las mangas completas. Ahora es un trapo sucio y deshilachado que apenas me cubre.
De repente, una sensación extraña recorre mi pierna derecha. Un grito se me escapa al ver una tarántula gigante caminando sobre mí. Me sacudo con pánico e ímpetu, sin pensar en el riesgo de una mordedura. Solo sé que necesito quitarla de mi pierna.
En mi lucha con el arácnido, ruedo hasta un tronco hueco, del cual salen más arañas cuando impacto con él. Con lágrimas en los ojos y un grito interminable, me las ingenio para levantarme y huir, sacudiéndome desesperadamente. No llego muy lejos, pues tropiezo con una roca. El dolor en el tobillo es terrible, y mis manos también sufren por el intento de amortiguar la caída.
Abro los ojos con sorpresa al darme cuenta de que las sogas ya no están. Han desaparecido como por arte de magia. ¡Soy libre! Me levanto de golpe, olvidando momentáneamente el dolor en el tobillo. Debo tener más cuidado, me recuerdo a mí misma.
