EDITADO.
[Libro #1 de la saga "About Werewolves and Witches"]
Scott y Meredith McCall eran adolescentes normales, acostumbrados a la aburrida cotidianidad ofrecida por su ciudad natal, Beacon Hills. Pero todo cambió la noche en que uno de ellos...
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|| La invitación.
Meredith.
Tengo entendido que Lydia le va a comprar un vestido a Allison para el baile de invierno, una extraña manera de pedirle perdón por haberse besuqueado con mi hermano en la oficina del entrenador hace ya un par de meses. Lo que no entiendo, lo que se escapa de mi comprensión, es el que ella también quiera comprarme un vestido a mí, a pesar de que le repetí como doscientas mil veces que no voy a ir al baile.
Además, no es como que a mí molestara que se besara con Scott, que sí me afectó un poco uno de los daños colaterales de ese intercambio de saliva, sin embargo, eso es punto y aparte.
Como sea, Allison me prometió que si las acompañaba al centro comercial y dejaba que la pelirroja me comprara un vestido, iríamos al nuevo buffet de pizza del que todos en la escuela hablan. Me parece un poco injusto que ella sepa con qué chantajearme y una gran falta de respeto que me chantajeé, pero al menos por fin voy a poder probar esa pizza de espinaca que todo el mundo dice es la octava maravilla. De acuerdo, no todo el mundo, solo unos cuantos.
—Ya te dije que usé uno de los vestidos el sábado —manifiesto en cuanto oigo a la pelirroja quejarse, por millonésima ocasión, de mi atuendo.
—¿Y cómo sé que es verdad? —me reta, enarcando una de sus bien delineadas cejas.
Tuerzo los ojos.
—¿Era el verde limón con los botones amarillos? —Allison me pregunta, saliendo a mi rescate; asiento con ímpetu—. Se veía espectacular, aunque los Vans blancos le quitaban impacto —comenta, frunciendo ligeramente el ceño al mencionar mi calzado.
—Fantástico. También donaré tus zapatos a la caridad —celebra Lydia.
La sonrisa que tira de sus labios me asusta un poco. Hago la nota mental de hacer un inventario de mi guardarropa cuando regrese a casa. He aprendido a tolerarla, pero el que insista tanto en cambiar mi forma de vestir a veces me provoca unas inmensas ganas de tirarme delante de un autobús a toda velocidad.
