La Ciudadela

65 12 5
                                    

Podía oír mi propia respiración, tan relajada y profunda como si aún estuviera durmiendo o como si estuviera soñando. Sentía mis ojos pesados y cansados y era incapaz de abrirlos, aun así podía sentir la claridad y la fuerte luz que me envolvía. Quise incorporarme, pero no pude. Mis muñecas y tobillos estaban inmovilizados. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado?

Empecé a ponerme nerviosa y la ansiedad recorría todo mi cuerpo, Kenzo y aquella chica llamada Maki me habían capturado y se me habían llevado con ellos por aquel basto bosque y cuando estuvimos cerca de lo que ellos llaman la Ciudadela me golpearon la cabeza y perdí el conocimiento.

Durante el camino había tratado de memorizar y recordar el camino por el que íbamos para poder usarlo cuando pudiera huir y me sorprendió cuando traté de observar detenidamente cómo era la Ciudadela. El perímetro que rodeaba el lugar, antes de entrar por una grande y deteriorada puerta de hierro, estaba cercado por una larga valla de alambre de espino, era tal la dimensión del recinto que ni siquiera pude ver el final de la valla. Una vez pasada la puerta se hacía visible un camino de tierra que conducía hasta la Ciudadela en sí, ésta era un fortificado enorme hecho de hormigón que se levantaba hasta a unos 800 metros del terreno. Aquella fortaleza no tenía decorados ni motivos arquitectónicos, era simple, lisa y basta, es decir que aquello no había sido construido para ser algo bonito de ver o para alguien con dinero para que pasara allí sus vacaciones, la Ciudadela había sido construida para que nadie se acercara y nadie pudiera ver lo que pasaba ahí dentro, aislado de la civilización, y sobre un terreno escarpado y de difícil acceso. Aquel bloque grisáceo de hormigón infundía respeto y no invitaba a querer entrar y ver lo que había en su interior. Por lo poco que pude ver se apreciaba que la fachada estaba descuidada, abandonada y estropeada, cómo si en ella no hubiera nadie, pero yo sabía que eso no era así. Ahí dentro estaban los Aima, aquellos de los que apenas sabía algo, aquellos que por algún motivo pensaban que yo había matado a alguien, aquellos que ahora se querrían tomar su propia venganza, los mismos de los que durante años me había mantenido alejada y de los que mi familia me habían protegido.

El ruido de una puerta me devolvió al presente, un presente en el que yo apenas podía abrir los ojos y en el que me encontraba sujeta de manos y pies.

- Parece que ya te has despertado. – Aquella persona que me hablaba era un hombre, tenía la voz grave y ronca y hablaba de forma contundente y directa. Noté como sus dedos levantaban mis párpados, primero de un ojo y luego de otro y apuntaba con una luz directamente a mis pupilas.- El relajante está dejando de hacer efecto, pronto recuperarás las fuerzas y podrás moverte.

Con toda la fuerza que fui capaz de hacer en ese momento abrí los ojos, había demasiada claridad a causa de los focos de luz que habían por todas partes. Estaba en una habitación cuadrada en la que no había absolutamente nada a parte de la camilla en la que me encontraba, una lámpara cialítica cómo la que usan en los hospitales en las salas de operaciones y un monitor con unos cables que se enredaban hasta llegar a mi muñeca. Las paredes que me encerraban eran del color del cemento y no estaban pulidas, dándole al lugar un ambiente tosco y frío, a su vez hacía resaltar el blanco inmaculado de las sabanas de mi camilla.

-Estás en la Ciudadela, supongo que te habrán hablado de este espantoso lugar...

Aquel hombre frotó sus dedos por su frente unos segundos y seguidamente me clavó su mirada. Tenía los ojos verdosos salpicado de motas color miel y avellana y a pesar de sus preciosos ojos, tenía una mirada vacía, de hecho su mirada era parecida a la que ocasiones tenía Usmev, pero en este caso el hombre que tenía ahora en los pies de mi cama no tenía ningún gesto de amabilidad o simpatía, simplemente parecía abatido y cansado.

Mundos paralelosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora