Ya es tarde

44 10 3
                                    

Entramos por el túnel de uno en uno. Haizen encabezaba el grupo seguido de Dionne, después iba Athan y Ametz, luego yo y detrás estaba Usmev, que se había empeñado en quedarse atrás para ayudarme si era necesario.

Aquel orificio en la montaña era estrecho, oscuro, asfixiante, de terreno irregular y muy empinado. Tratar de subir por una cuesta por la que apenas podías moverte, en la que no veías nada y en la que no tenías nada a lo que sujetarte, era simplemente frustrante y desesperante. Cada movimiento que hacías era cada vez más difícil de hacer, más doloroso y costoso. Contra más cansado estabas y más oxigeno necesitabas, menos aire entraba en los pulmones. Además el olor a tierra húmeda se mezclaba con un extraño olor a descomposición y putrefacción, el olor a los cadáveres que habían sido lanzados por ese lugar.

Por un instante me detuve a observar mis manos, éstas estaban manchadas de tierra y tenía pequeñas piedras incrustadas en la piel. Estaba tocando la misma tierra que un día tocó un cadáver, estaba ascendiendo por un lugar por el que habían pasado a saber cuántos muertos antes que yo. El olor a podredumbre se mezclaba con la imagen de los cadáveres, desfigurados, ensangrentados, descompuestos, desgarrados y mutilados dentro de mi cabeza, y me invadió unas enormes ganas de vomitar, de tal forma que podía sentir el sabor a bilis en mi garganta.

-¿Estás bien chico?- La voz de Usmev se oyó en un leve susurro, y casi instantáneamente, todas aquellas espantosas imágenes se fueron diluyendo lentamente de mi cabeza.

-Sí, es sólo que me he clavado una piedra en la mano.- Mentí.

- Vamos, tenemos que seguir, aún nos queda mucho túnel por recorrer, si nos paramos nunca llegaremos al final.

Usmev tenía razón, no podía dejar que los pensamientos me distrajeran, tenía que ser más fuerte.

Ascendimos por aquel claustrofóbico agujero sin descanso, había perdido la noción del tiempo, y la ansiedad cada vez era más grande. No se veía nada, pues la luz no llegaba a penetrar ahí dentro, no se veía ni el inicio ni el final de aquel infinito surco, que cada vez tenía más pendiente. Habían tramos que se estrechaban de tal manera que sentía las paredes rocosas y puntiagudas rasgar mis hombros. Cada metro que avanzaba era un pulso contra las asfixia, pues sentía que me quedaba sin aire constantemente. Sentía el sudor que caía de mi cara, sentía todo el cuerpo empapado y los mechones de mi cabello se me pegaban en la frente. Hacía calor, tenía los músculos engarrotados y los dedos de las manos adormecidos en un doloroso cosquilleo. Sentía cómo la piel de mis rodillas se iba desgarrando cada vez que avanzaba, pero al final te acababas acostumbrando a ese dolor a causa de la insensibilización.

A pesar de todo, no sentía el cansancio, curiosamente, desde que aparecí en este mundo, apenas sentía cansancio al hacer algún ejercicio físico. Comparado con el mundo en el que había crecido, ahora podía hacer más cosas durante más tiempo sin cansarme.

-¡Cuidado!- Chilló Haizen a lo lejos.

Pude oír cómo una especie de retumbo, que se iba acercando rápidamente acompañado de una polvareda. Al instante escuché a Ametz gemir de dolor y noté su cuerpo que chocaba contra el mío, seguido de una roca que caía a escasos centímetros de mi cuerpo.

Sujeté con fuerza a Ametz para que éste no cayera por el túnel, cualquier paso en falso, cualquier resbalón podía hacerte caer hasta el foso.

Podía sentir todo su peso muerto apoyado en mi cuerpo, hasta unos segundos después, dónde al parecer Ametz recuperó la consciencia.

-¿Estás bien?- Le pregunté preocupado sin dejar de sujetarlo del brazo.

-¡Suéltame! Estoy bien, no necesito tu ayuda.

Mundos paralelosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora