PRÓLOGO

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La noche era oscura y lluviosa, tanto que las pisadas urgentes de Gael Hamilton resonaban en sus oídos mientras corría por las calles de San Francisco.

La gabardina marrón que llevaba había adoptado un color oscuro, casi negro, al igual que el sombrero que le tapaba parte del rostro.

Sujetaba un maletín con fuerza, y estaba tan pendiente de su estado que casi no le quitaba el ojo.

Lo aferraba con tanta fuerza que temía romper sus paredes de piel negra.

Cuando sus ojos percibieron el reflejo de las luces del hospital en el agua se quedó parado, con el corazón latiéndole a mil por hora y con la cara pálida mirando a todos lados.

Respiró hondo, y decidió entrar al edificio tras unos minutos observándolo.

Estaba tranquilo, no obstante, ya que los hombres ya no le perseguían.

Cuando le indicaron donde se encontraba su mujer, y su futura hija recién nacida, no pudo contener una sonrisa que le cubría todo el rostro.

Se quitó el gorro, y dudó antes de girar el pomo de la puerta. Dejó el maletín bajo la gabardina, sin embargo. No podía fiarse de nadie, ni si quiera de los médicos de la sala.

Entonces, solo cuando logró pasar la puerta, sus ojos se clavaron en la mirada más pura e inocente que había conocido. La de su hija.

Theresa, su mujer, cogía con ternura el bebé en sus brazos y fingió sorpresa cuando miró a Gael.

Anduvo con pasos vacilantes hasta la cama, y extendió los brazos para coger a la pequeña de los Hamilton en brazos.

Cuando la pequeña criatura se acurrucó contra el pecho mojado de su padre, comenzó a llorar, casi como si hubiese sido obligada a hacerlo.

Gael se sobresaltó.

Sus gritos no eran de miedo, eran de protesta. No temía por el frío de la gabardina, protestó por él. Y no había lágrima alguna de signo de debilidad.

Fue entonces cuando supo que ella no sería como sus otros hijos.

Una sonrisa le asaltó de repente, y peinó el pelo de su pequeña con dedos temblorosos.

—Aria—Dijo Theresa con la voz ronca y el pelo pegado a la cara por el sudor.—Se llama Aria.

Las palabras de su mujer hicieron que el corazón de acero de Gael diese un vuelco.

La paz y tranquilidad se fue tan rápido como vino, ya que la preocupación volvió a hacer temblar al hombre.

Aria Hamilton había nacido. La única Heredera, había nacido.

Y Gael Hamilton temía por ello.

GUARDAESPALDAS •¡YA A LA VENTA!• ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora