CAPÍTULO 9

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Hace una semana que ya no me encuentro en la enfermería.

Hace una semana justo que salí de aquella habitación con olor a medicamentos y donde cada dos por tres entraban enfermos, más bien heridos, gritando y pidiendo por un poco de ayuda.

Una vez, recuerdo que entraba una joven. Una muchacha de mi edad o menos incluso, de pelo rojizo casi anaranjado con un brazo casi puesto del revés.

Gritaba tanto que hasta a mí me dolía. De vez en cuando, incluso intercambiábamos miradas de súplica por unos calmantes. Recuerdo que en cuanto la enfermera se despistaba, yo le lancé el mío y me arrepentí casi al momento por lo que me dolía la pierna, sin embargo al recibir una sonrisa cálida y cargada de agradecimiento, se me pasó casi de inmediato el arrepentimiento.

Pasaron unos días y más como ella llenaban las camillas de la habitación. Todos ellos con extremidades rotas, dislocadas o incluso disparos de los cuales algunos no se recuperaron.

El nombre de la pelirroja era Gemma, una chica muy agradable y positiva a pesar de que al final terminó perdiendo el brazo izquierdo. Por suerte resultó ser diestra, por lo que podrá seguir haciendo los básicos en su vida con normalidad.

Ella se fue unos días antes de que yo lo hiciese, y creo que ambas nos entristecimos al decirnos adiós. Creo que hice una amiga aquí dentro, y eso me tranquiliza.

Cuando Derek me dio la noticia de que me llevarían a una habitación de la cual pasaría a ser propietaria durante mi estancia, casi me olvidé del dolor que la pérdida de mi familia me ha ocasionado. Por fin dejaría de dormir en aquella camilla infernal.

En cuanto pusimos un pie fuera de la enfermería, me sorprendió la multitud de gente que vive aquí. Es más como una fortaleza o una pequeña comunidad más que una mansión privada.

No pude evitarlo y le pregunté a Derek el por qué. Él me dijo que aquí vivían alrededor de doscientas cincuenta personas, algunas internas y otras solo acudían por el día para el entreno.

Pero...¿El entreno de qué?

Fue lo primero que pensé al escuchar su respuesta, sin embargo decidí no decir nada. Tampoco creo que estuviese preparada para escuchar la respuesta.

Después de eso todo fue monótono y mecánico. Cada día pasaba como el anterior, sin nada que hacer, todo el día tumbada con la pierna en alto, llorando cuando el chico que no me quita el ojo de encima no me veía. Con el corazón roto, intentando borrar el recuerdo de mi hermana siendo brutalmente asesinada ante mis ojos.

Miro de reojo a la silueta que ha permanecido frente a mi puerta los últimos días, sin siquiera darme la oportunidad de vestirme sin obligarle a darse la vuelta.

Ethan Blake. Mi guardaespaldas.

Así es. Yo, Aria Hamilton, una simple chica de diecisiete años con una vida totalmente normal, la que principalmente se centraba en ir al colegio y recibir clases de hípica cada tarde así como ir a fiestas de adultos con música clásica cada jueves, tengo un guardaespaldas.

¿Por qué? Es lo que me llevo preguntando desde que lo escuché.

He intentado que me explique el hecho de por qué necesito un hombre que me guarde las espaldas, y solo he recibido como respuesta un "Debes seguir con vida", sin sentimiento alguno, como si su manera de hablar estuviese mecanizada.

Muevo la pierna sin quererlo, solo para llamar su atención una vez más.

—Cuidado, Bonnie dijo que no debes bajarla.—Se acerca con cautela y examina mi extremidad escayolada a detalle.

GUARDAESPALDAS •¡YA A LA VENTA!• ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora