El fuerte romper de las olas resuena por todas partes.
Mi mirada pasea por toda la costa, fijándome en la inmensidad del mar y de lo desierta que parece estar la zona. Ni un barco, ni personas, tampoco un solo animal. Solo palmeras.
Parece la típica escena de una isla paradisiaca, alejada de la mano de Dios, y eso me aterra. No saber dónde estoy, y que tenga que vivir durante no se sabe cuánto tiempo alejada de todo ser vivo, me aterra mucho.
Se levanta para mirarme con los ojos ligeramente entusiasmados, con el pelo echado hacia atrás, por primera vez que lo veo, totalmente despeinado, y suspira.
—¿No bajas?—Pregunta alzando las cejas.
—¿Qué haremos con la caravana?—Aprieta su angulosa mandíbula.
—No te preocupes por eso.—Dice, cogiendo una de las mochilas que preparé hace un rato para luego colgársela en un hombro.—Venga. ¿No tienes prisa por ver el que será tú nuevo hogar?
—Ese no será mi hogar.—Me levanto con la mirada en la mochila, dispuesta a cargar con ella, pero se apresura a cogerla antes de que yo lo haga.—¿Qué haces? Puedo con ella.
—Sé que puedes, pero tú harás otra cosa.
Frunzo el ceño con confusión.
Salimos de la caravana, yo con las mangas de la sudadera tapando mis manos, y él con los brazos al aire, vistiendo una de sus usuales camisetas de manga corta.
¿Nunca tiene frío.
Avanzamos por la playa, sintiendo las arenas entre los dedos de los pies, y me obligo a fruncir el ceño para poder ver el paisaje, sin que la potente luz del sol me ciegue.
Es una playa grande, rodeada de grandes palmeras a las que por detrás parece proteger un frondoso bosque. El agua es calmada ahora, y tan solo escucho el oleaje golpeando contra las rocas del fondo del lugar, más alejado de lo que pensaba.
Sigo a Ethan sin decir nada, tan solo mirando el mar y su agua cristalina y azulada. El mar de San Francisco no es ni de lejos como este.
—Supongo que no puedo preguntar donde estamos.—Digo, una vez me doy cuenta de que ni siquiera lo sé a estas alturas.
—No puedo, porque ni yo mismo lo sé.
Frunzo el ceño con confusión parándome en seco a su espalda.
—¿Cómo que no lo sabes?
—Sí sé cuál es el lugar, no sé dónde está.—Se para también, mirándome por encima del hombro con impaciencia.—¿Crees de verdad a estas alturas que te voy a secuestrar o algo así?
—No es eso.—Digo.—Pero me aterra no saber dónde estoy.
—¿Tienes un sitio mejor al que ir?—Se da la vuelta con rapidez.—¿No?—Niego con la cabeza.—Pues mueve esas piernas, Hamilton. O se nos hará de noche.
Se coloca una de las mochilas a la espalda, volviendo a tomar su rumbo, y me obligo a avanzar detrás de él.
Llegamos a la orilla y nos paramos en frente de un bote amarrado a una gran roca, una de las que frenan el agua y hacen un gran sonido con ello, y suspiro cuando veo que Ethan comienza a colocar las mochilas en él.
—Dime que es una broma.—Digo, cuando se aparta de él y se queda mirándolo por unos instantes.
—Es una broma.—Pronuncia tajante.—¿Te sientes mejor?
Pongo los ojos en blanco, solo porque no sé qué contestar a ese irritante comentario, y me remango las mangas de la sudadera.
—¿A qué esperas? Sube.—Dice, echándose a un lado del camino.
Con todo el equilibrio del que presumo, que para mi desgracia es poco, me subo a la barca de madera.
—Muy mono el barquito.—Digo sentándome en uno de los banquitos que ocupan el espacio.—¿Pero dónde está el motor?
Se ríe. No como una de esas veces que te ríes porque realmente te ha hecho gracia, sino por reírte del que lo ha pronunciado.
—Esa es la mejor parte, Hamilton.—Se sube al bote también, después de haberlo soltado de la roca.—Te va a tocar remar.
Alzo las cejas, fingiendo una sonrisa sin gracia, y me mira totalmente serio.
—Tampoco es una broma ¿Verdad?—Niega con la cabeza, creo que sonriendo disimuladamente, y suspiro con profundidad.—Perfecto.
Agarro uno de los remos y comienzo a lo que intento que sea remar con todo el impulso que consigo reunir. Él, a pesar de que también parece ser nuevo en esto, lo coge con precisión y no le cuesta mucho esfuerzo mover el agua.
Cuando por fin parece estabilizarse, o por lo menos eso parece, una gran nube grisácea casi negra aparece por encima de nosotros, tapando toda luz que podíamos aprovechar.
—No, por favor.—Susurra para sí mismo, creo que con enado.—Ahora no.
—¿Qué ocurre?—Pregunto y maldice en voz baja cuando unas gotas finas y frías como el hielo comienzan a marcar nuestra ropa de la nada.
Entonces, comienza a llover con fuerza y Ethan empieza a remar con más intensidad.
El agua cae como grandes gotas ahora y para cuando quiero darme cuenta, ambos estamos empapados y con las frentes goteando sudor.
Remo con todas las fuerzas que me quedan, y una sonrisa se construye en nuestros rostros cuando nos miramos el uno al otro. Mis latidos son más intensos en mí pecho de repente, cuando sus ojos brillantes rebosantes de diversión se fijan en los míos y se sacude el pelo como un perro recién bañado.
—¡Estás empapado!—Grito y a pesar del ruido de los truenos y el oleaje rompiendo en la orilla, creo que me ha escuchado.
—El agua es lo único que hoy en día no nos puede hacer daño.—Dice en un grito tranquilo, mientras mira sonriendo mis manos remar, o bueno, intentarlo.
Parece...¿Feliz?
No es la monótona expresión impenetrable de siempre, esa con la que parece que le duele cada parte del cuerpo. Ahora parece tan feliz como un niño, disfrutando de este pequeño detalle sin miedo a decir que por primera vez en mucho tiempo se siente seguro bajo la lluvia, sin temer a un disparo inesperado de los que nos buscan.
El último remo que ambos damos es el que más cuesta. No solo por el dolor intenso de nuestros brazos, sino por la descarga de electricidad que he sentido en el momento en el que hemos comenzado a sonreír, remando mientras la lluvia nos resbala por el cuerpo, olvidándome por un momento, tras mucho tiempo con imágenes devastadoras atormentando mi cabeza, de toda la mierda que está ocurriendo a mi alrededor.
Él sale primero, y de inmediato se da la vuelta para ayudarme a mí a salir. Cargamos las mochilas, que resultan estar empapadas también y me escurro el pelo a pesar de que sigue lloviendo.
—Bienvenida, Hamilton.—Pronuncia con el pelo delante de los ojos.—Bienvenida a tu nuevo hogar.
"No es mi nuevo hogar" Es lo único que pienso.

ESTÁS LEYENDO
GUARDAESPALDAS •¡YA A LA VENTA!• ©
Любовные романы¡YA DISPONIBLE EN FÍSICO Y EN EBOOK! Publicación en Amazon, ya a la venta. La familia de los Hamilton esconde un gran secreto. Uno que Aria, la más joven del linaje, desconoce. La vida de la pequeña de diecisiete años había sido un completo mister...