Mis manos cansadas peinan mi pelo enredado, mirando mi reflejo en el espejo, en este tan pequeño que adorna el baño de la caravana, pero que a su vez ocupa la estrecha pared entera.
No puedo evitar mirarme, mirar mi reflejo, y sentir pena por mí misma.
Estoy compadecida por mí misma, por haber perdido tanto en tan poco tiempo, por tener que convivir con la culpa de que toda esa gente que ha muerto por mí recaiga sobre mi conciencia, aunque todos se empeñen en disminuir mi culpa.
Aquella anciana, Anabel, no debía haber muerto esta noche.
Si nos hubiésemos ido, si tan solo hubiésemos seguido con nuestro camino sin parar en su puerta, ahora la imagen de su cadáver ensangrentado no estaría atormentando mis pensamientos. Ella estaría viva.
No fue mucho trabajo para Ethan acabar con los que quedaban, mientras yo miraba mis manos ensangrentadas con el corazón totalmente partido, en mil pedazos, esparcidos por el suelo, junto a aquellos charcos de sangre de la gente que moría por mí.
Pero intenté respirar, rezar porque Ethan consiguiese salir con vida de todo eso, y que me llevase lejos de toda esta pesadilla de una vez.
Sé que por mucho que nos alejemos no se acabará.
Que he nacido con un propósito, uno que consiste en ser la líder de la empresa más grande de narcotráfico de toda California, pero no logro asimilarlo.
No logro despertarme por las mañanas y pensar; Pues sí. Soy la líder de todo este negocio ilegal, la jefa de todas estas personas que han nacido viendo este mundo como algo normal y cotidiano.
No lo hago, y sé que por mucho que lo intente jamás lo asumiré.
Soy consciente también de que a pesar de que ese lugar al que me llevan es muy seguro, no podrá alejarme de todo esto permanentemente. Y eso, me aterra. Hace que las pesadillas perduren. Que el temblar incesante de mis manos irrumpa en mis tareas cotidianas.
Vivo aterrada, en una bomba de relojería, a punto de estallar cada vez que me asomo por la ventana, y creo que no lo soportaré tanto como espero.
Pero a pesar de que sé que puedo explotar en cualquier momento, aunque soy consciente de mi peligro, solo rezo porque Ethan Blake no salga dañado de todo esto.
Que salga, es la cuestión.
No me perdonaría si algo le ocurriese, y aunque dice que es su trabajo, no podría ver cómo por salvarme a mí, se arriesga a sí mismo.
Él cree que no tiene nada por lo que vivir. Perdió todo por lo que sentía aprecio en su vida, al igual que me ha pasado a mí. Pero ahora me tiene a mí, le guste o no, él y yo tendremos que convivir el uno con el otro, sin discusiones estúpidas, ni infantiladas, nada de eso.
Porque la vida de ambos está en juego.
Miro los árboles pasar a una velocidad casi imperceptible a mi izquierda, a través del nítido cristal que deja que entre la luz cálida del amanecer.
Me dijo que no le diese más vueltas, que debería olvidarlo para no perder la cabeza, pero al ver esta imagen tan relajante, al apoyar la cabeza contra la ventana y dejarme absorta en el paisaje de aquí fuera, me ha resultado inevitable.
—No quiero que te culpes por lo de ayer.—Dice con una voz queda.
Le miro de reojo, solo porque no quiero apartar la cabeza del cristal, y suspiro con profundidad.
—No puedes pretender ayudarme en todo, Ethan.—Murmuro con cansancio.—Te lo agradezco, pero hay cosas inevitables. Y sentirme culpable por algo de lo que sí tengo culpa, es algo inevitable.
No quiero hacerle creer que no agradezco su intento de aminorar el dolor de mi corazón, pero tampoco soy capaz de mentirle en la cara y decirle que estoy bien cuando no lo estoy.
—Comprendo.
Fija de nuevo la mirada en la carretera, esta vez con un semblante frío.
—Supongo que no puedo ayudarte en eso.—Dice en un susurro sin sentimientos, seco y grave.—Yo no tuve culpa de la muerte de nadie, porque no tenía a nadie que velase por mí.
Me separo del cristal, dejando una marca en este.
—No quiero hablar más del tema.—Afirmo tajante, admirando sus manos apretando el volante de cuero.—No te lo tomes a mal, por favor.
—No me lo tomo a mal.
Frunzo el ceño.
—Está bien.—Suspiro al mismo tiempo que me levanto, y decido hacerme un moño alto, sin preocuparme si está bien colocado o si los pelos más cortos sobresalen de la atadura.
Me acuesto en la cama, solo para evitar que vea las lágrimas que empiezan a escurrirse por mis mejillas rosadas, y suspiro con fuerza contra la almohada, intentando por milésima vez conciliar el sueño.
Hace tiempo que se escucha el fuerte oleaje del mar, y eso solo me hace recordar a las noches de verano con Isaac, frente al mar, cogidos de la mano y sin preocuparme de que nadie más pudiese atentar contra mi vida.
No tardo demasiado en recomponerme en la cama cuando el ruido del mar se hace más cercano, casi como si estuviésemos avanzando por un puente justo en el medio de él.
A pesar de todo, me siento nerviosa.
Adaptarme a una nueva casa, en la cual tendré que estar a solas prácticamente todo el día con ese chico de cabello negro, sin poder dormir con ambos ojos cerrados por miedo a que la encuentren. Eso nunca fue fácil.
Decido levantarme sin más, y comenzar a llenar ambas mochilas con la poca ropa que hemos conseguido a lo largo de estos cuatro días.
Meto también cachivaches que encuentro, por miedo a que sean imprescindibles para Ethan, y cierro las dos cuando ya no logro meter nada más.
—¿Hemos llegado?
Su pelo negro brilla con la luz del sol, y sus ojos lo hacen aún más cuando se da la vuelta ligeramente y me mira con entusiasmo.
—Hemos llegado.—Afirma.
![](https://img.wattpad.com/cover/84273838-288-k160833.jpg)
ESTÁS LEYENDO
GUARDAESPALDAS •¡YA A LA VENTA!• ©
Romance¡YA DISPONIBLE EN FÍSICO Y EN EBOOK! Publicación en Amazon, ya a la venta. La familia de los Hamilton esconde un gran secreto. Uno que Aria, la más joven del linaje, desconoce. La vida de la pequeña de diecisiete años había sido un completo mister...