CAPÍTULO 34

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ETHAN

Lo primero que hago al abrir los ojos es mirar si ella se encuentra dormida. Saco una pierna y el frío de la habitación me pone la piel de gallina. Me siento contra el cabecero cuando me doy cuenta de que no está y la alerta se enciende en mi sistema. Me rasco la barba, que de pronto me acuerdo que tengo que afeitar, y pienso en dónde demonios puede estar.

—¿Aria?—Pregunto al aire, esperando una respuesta tranquilizadora de su dulce voz, pero no recibo nada y me pongo en una postura defensiva.

Me levanto con los ojos aun hinchados por el sueño y miro mi reflejo en el espejo. Mi pelo está completamente despeinado e intento hacer todo lo posible para ponerlo tan peinado como siempre, pero resulta imposible.

Miro mi camiseta y me la llevo a la nariz para olerla, desde luego me la tengo que cambiar.

Me quito la prenda con velocidad y la tiro a la montaña de ropa que hay al final de la habitación.

Salgo con rapidez por la puerta, con la esperanza de encontrarla en el sofá desayunando como de costumbre, pero los pelos de la nuca se me ponen de punta cuando no la veo.

La alarma se enciende por completo en mi sistema y comienzo a buscarla frenéticamente por la casa repitiendo su nombre con desesperación.

—¡Aria!—Exclamo con la voz enronquecida por el sueño.

Entonces, y sin esperarlo, una silueta en top y pantalón corto lanzando patadas al aire patéticamente aparece ante mis ojos adormecidos. Una oleada gigantesca de puro alivio viene a mi tan pronto como me doy cuenta de que está perfectamente.

Suspiro sin poder evitarlo, con una sonrisa tirando de la comisura de mis labios.

Abro la puerta con sigilo, y me quedo apoyado contra la columna mirándola con diversión. Cruzo una pierna, también los brazos sobre mi pecho desnudo, y finjo un tosido cuando veo que no se da cuenta de mi presencia.

—Oh...¿Te he despertado?—Dice con un hilo de voz y la cara totalmente roja.

—No, pequeño saltamontes.—Pronuncio con humor y se ruboriza aún más.

—Tú...Tú no deberías de haber visto eso.—Dice avergonzada y una carcajada me asalta, con una sonrisa de oreja a oreja mientras la veo, tan nerviosa que no para de mover los pies.

—No te avergüences, sigue...Sigue haciendo lo que sea que estés haciendo.—Me detengo un instante sin saber muy bien cómo continuar, y frunzo el ceño con curiosidad.—¿Qué demonios es lo que estás haciendo?

Tarda unos instantes en hablar, con la mirada perdida en el suelo. Sé que está evitando mirarme fijamente.

—Pelear. ¿No es evidente?—Dice cruzando los brazos.

—Evidente es que eres bajita, Hamilton—Digo con gracia y noto cómo la ira aumenta en su sistema.—Decir que eso es pelear, es un pecado.

—Me dijiste que debía saber defenderme, de alguna manera tengo que buscarme la vida ¿No crees?

—Lo que creo es que deberías limitarte a bañarte en la piscina y a proteger lo que llevas en el cuello, así como tu vida.

—Como digas Ethan, yo quiero aprender a pelear y si tú no me enseñas lo haré yo.—Sus palabras se quedan un instante en bucle en mi cabeza.

Tal vez sí debería continuar con el plan de la academia, enseñarle a defenderse por lo menos un básico de cómo hacerlo, y aunque sé que por ello peligra mi papel en su vida, no puedo ser tan egoísta como para que crea que no vale para nada más que para llevar el colgante, solo porque me aterra pensar que ya no me va a necesitar.

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