La parte fría del arma sobre mi nuca hace que un escalofrío me recorra de arriba a abajo.
—No hagas nada de lo que puedas arrepentirte—Dice y aprieto los ojos con fuerza—Levanta las manos lentamente y date la vuelta.—Ordena.
—Por favor...—Digo en un susurro débil casi incomprensible, con las manos alzadas, temblando.
—No digas nada o te vuelo la cabeza.— Su pie se estrella con fuerza contra mi espalda y caigo encima del cadáver de mi hermana.
El dolor que siento al ver su rostro destrozado escuece en lo más profundo de mi pecho, pero ya no importa. Nada más importa. Solo quiero que todo esto acabe de una vez. Quiero que me dispare y acabe con todo.
El disparo resuena por toda la habitación haciendo que mi oído produzca un irritante pitido durante un largo instante, pero de nuevo, el disparo no ha llegado, no me ha dado, o eso creo.
Me toco cada extremidad y miro si la bala ha dado en algún sitio importante, pero ni dolor siento. No siento nada más que el peso de un nuevo cadáver inerte sobre mi espalda.
—¡Vamos, levántate!—Es Jake el que me agarra del brazo para obligarme a levantarme.
—¡Jake!—Exclamo entre lágrimas y él sin mirarme pasa mi brazo sobre sus hombros para ayudarme a andar. Casi no puedo, pero hago un esfuerzo sobrehumano para facilitárselo.—¡Espera! No podemos dejarla ahí...No podemos...ella...—Mira el cadáver de nuestra hermana y baja la mirada destrozado. Sé que está aguantando lo innombrable por no llorar.
—No tenemos tiempo. Ella se ha ido, Aria.—La dureza de sus palabras escuece en lo más interno de mi pecho.—¿Recuerdas lo que te dije?—Asiento, incapaz de creer que todo esto sea real.—Pues a esto me refería.
Salimos de la casa y un coche en marcha nos espera justo en la entrada. Entre tanto caos no me había dado cuenta de los cuerpos de los encapuchados por todos los rincones. No eran cinco, ni diez ni veinte. Eran demasiados, y muchos de ellos se encuentran apilados unos encima de otros por las esquinas.
Pasamos entra los cadáveres amontonados y miro a mi alrededor con tristeza, a cada uno lo admiro de arriba abajo, todos ellos iguales, como si fuesen copias.
Pero justo antes de llegar al coche, me doy cuenta de que hay uno que no va vestido de negro ni lleva un pasamontañas al igual que los otros. Al contrario, lleva un pijama de licra de color azul y unas zapatillas de andar por casa...
—¿Papá?—Susurro casi para mí y me detengo en seco.—¿¡Papá?!—Exclamo esta vez para que todos lo oigan y fijo la mirada sin respiración, notando cómo el corazón se rompe un poco más en mi pecho, en el cuerpo sin vida de mi padre.—No no no...¡NO!—Me deshago del agarre de mi hermano y corro hacia él cojeando, mientras escucho cómo el chico que me salvó de la explosión grita mi nombre desde el coche.
Me arrodillo con un dolor inmenso en la pierna y las lágrimas son de repente incesables.
—No, no...No, papá. No me dejes, por favor...—Comienzo a sollozar en su pecho.—Aun no, por favor, no estoy preparada, papá. No te vayas —Pero el llanto se hace más profundo y de repente me cuesta respirar.—No me puedes hacer esto...—Cierro los ojos y le estrujo con toda la fuerza que me queda.—Aún me quedan muchas cosas que contarte, que decirte...Nos quedaba mucho tiempo para volver a ser los de antes. No puedes irte, no puedes.—Estallo en un llanto incontrolable y noto la mano de mi hermano en el hombro.
Aún no me ha dicho todo lo que tenía que decirme, ni yo tampoco lo he hecho.
No le he dicho lo mucho que le quería y le admiraba...Cada risa que hemos compartido, cada charla tomando el té, cada noche de películas que pasábamos los dos en el sofá comiendo palomitas...Nada. Nada de eso volverá. Ni tampoco tendré la oportunidad de volver a hablar con él.
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GUARDAESPALDAS •¡YA A LA VENTA!• ©
Romance¡YA DISPONIBLE EN FÍSICO Y EN EBOOK! Publicación en Amazon, ya a la venta. La familia de los Hamilton esconde un gran secreto. Uno que Aria, la más joven del linaje, desconoce. La vida de la pequeña de diecisiete años había sido un completo mister...