ARIA
Todas las miradas están puestas en mi posición. Todas ellas, y eso me intimida de una forma que no puedo explicar.
No me esperaba que hubiese tanta gente aquí, ni que debajo de la que fue mi casa durante diecisiete años hubiese un gran salón, casi tan grande como al que acudíamos cuando era pequeña para ver las funciones del colegio.
Las dos puertas gigantescas que lo separan del resto de la casa son pequeñas en comparación con lo que hay dentro. Esta se divide en dos partes principales, el escenario que ocupa una cuarta parte del espacio y las cientos de filas de asientos que son ocupadas por la gente que grita y abuchea contra mi persona, arrojándome cosas que ni siquiera sé qué son.
Bajo la mirada avergonzada cuando mi madre entra en la sala deslumbrante, callando a las personas que hasta hace un instante descargaban su frustración contra mí sin razón aparente.
De su cuello cuelga una daga, plateada y casi tan deslumbrante como su vestido.
Mis ojos y los suyos se encuentran cuando se coloca detrás de mí, observando con detenimiento la posición que los dos hombres del fondo me han obligado a adoptar a la fuerza; mis brazos cuelgan de una cuerda, y mis rodillas arden por cargar con todo el peso. Mi cabello cae como una cortina sobre mi rostro, aunque para ser francos agradezco que no me deje ver con claridad la mirada de orgullo que mi madre me dedica cuando se descuelga la daga y corta la cuerda, para luego colocarla en mi cuello cuando intento levantarme.
Roza con la punta mi delicada piel, haciendo que mis manos tiemblen aún más de lo que ya temblaban, pero cuando por fin creo que pretende acabar con todo esto la baja y se interpone entre el sádico público y yo.
Me da la espalda, azotándome con su larga cabellera negra recogida en una coleta y me obligo a apartar el rostro, pero la manera tan descuidada y dolorosa en la que me agarra del cabello es lo que me obliga a mirarla de nuevo.
Entonces, y antes de que pueda comenzar a dar lo que parece un discurso más que ensayado, las puertas se abren de golpe, haciendo que el rostro de mi madre, enfadado y con los dientes apretados, se gire hacia los dos hombres que entran por la puerta.
Sus posturas son despistadas e inseguras, como si les hubiesen empujado a entrar, pero reconozco sus trajes. Son los trajes de las personas que viven aquí, indudablemente, aunque por un momento, cuando uno de ellos me mira con tristeza desde la lejanía, creo haber reconocido a uno de ellos. Pero eso sería imposible.
Aunque también considero imposible no reconocer el tono azulado potente de los ojos de Ethan...
No, es imposible. Ethan no está aquí, no va a venir, hace tiempo que lo asumí, y aunque no habría cosa que más me haría feliz en el mundo, es totalmente imposible. Debe de ser otra alucinación.
Desvío la mirada con miedo, con miedo a que el poder de mi mente trastornada me haga volver a creer que aún hay esperanza. Que esa esperanza venga escondida tras esos ojos, y que su nombre sea Ethan Blake.
Mi madre tira de mi cabello y me permito ahogar un grito, mientras con impaciencia espera a que los hombres tomen asiento.
Lo hacen, pero sin despegar la mirada de mi silueta, sobre todo el más alto de ellos, el de los ojos azules.
Se sientan con inseguridad, con nervios y juraría que hasta con miedo, pero decido no darle mayor importancia, no puedo dársela.
—Queridos y queridas.—Comienza Theresa con una sonrisa de orgullo.—Hoy nos reunimos aquí por fin para hacer realidad todos nuestros deseos, nuestras anhelaciones.—Continúa, y me obliga a levantarme con rapidez tirando de mi cabello hacia arriba.—Hoy por fin todo esto será nuestro. Hoy comienza nuestro poderío. Hoy acabaremos con el reinado de los Hamilton, eliminando a su única heredera legítima.
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GUARDAESPALDAS •¡YA A LA VENTA!• ©
Romance¡YA DISPONIBLE EN FÍSICO Y EN EBOOK! Publicación en Amazon, ya a la venta. La familia de los Hamilton esconde un gran secreto. Uno que Aria, la más joven del linaje, desconoce. La vida de la pequeña de diecisiete años había sido un completo mister...