CAPÍTULO 26

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Mis manos se aferran al material del sofá mientras la alarma se enciende en ambos sistemas, haciendo que cada músculo de nuestro cuerpo se tense.

El sonido ensordecedor de la puerta siendo aporreada lentamente me hace querer gritar de miedo y de terror, todo junto.

Noto la mandíbula de Ethan apretarse, y eso solo empeora mi temblor incesante.

—Tranquila...—Susurra y nos hace levantarnos a los dos con lentitud mientras pone un brazo de forma protectora delante de mí.

Nos acercamos al recibidor e Ethan comienza a trabajar con la madera vieja de uno de los cajones mientras la persona que se encuentra detrás de la puerta sigue aporreando ahora con más fuerza.

Cuando termina, Ethan saca dos armas de dentro del cajón y se acerca a mí para tendérmela. Yo con las manos temblorosas y sudorosas, la cojo y apunto hacia la puerta con el seguro aún puesto.

Mi guardaespaldas se acerca a la puerta del color de su pelo y con el arma firme agarra la manilla.

Entonces, abre la puerta de golpe.

Mi corazón se detiene. Se detiene casi por completo cuando los ojos azules de la persona al otro lado se fijan en los míos, haciendo que baje el arma de inmediato, mientras unas gotas gordas de agua se deslizan por su pelo empapado.

Pero antes de que pueda decir nada, Ethan lo coge por el cuello y le envuelve sus brazos en él, haciendo que el chico de cabello rizado caiga en el sofá de un golpe brusco.

—¡¿Quién eres y cómo demonios nos has encontrado?!—Exclama Ethan con enfado, dejando el rostro de mi novio de un color rojo intenso. Le está ahogando.

—¡No!—Grito y corro hacia ellos mientras la blanca tez de Isaac se convierte en una morada mientras Ethan le asfixia.—¡Ethan para!

—¡Podría ser uno de ellos, Aria!—Exclama, apretando aún más el cuello de Isaac, mientras él lucha con fuerza contra su agarre.

Le agarro de las manos e intento separarle, pero es más fuerte que yo, y lo único que consigo es que una mirada enojada me fulmine por su parte.

—¡Es mi novio, Ethan!—Pronuncio en alto haciendo que se pare de inmediato, con los brazos aun puestos en el cuello de Isaac, pero sin hacer fuerza.

Aprovecho para separarle de él y ayudo a sentarse a Isaac mientras tose, intentando recuperar la respiración.

—Dios mío Isaac...—Susurro mientras cojo su rostro entre mis manos y peino su pelo rizo y mojado hacia atrás.

De repente me encuentro llorando como nunca lo había hecho y no puedo dejar de mirar el rostro del chico al que amo.—Estás aquí...Estás aquí, Isaac.—Sonrío sin mirarle, mientras noto cómo recupera su respiración.

Miro de reojo a Ethan, quien se ha quedado con la boca hecha una línea recta mientras mantiene la mirada fija en el suelo.

—Ven, te traeré ropa seca.—Me levanto primero, y luego él a mi espalda, sin soltar su mano.

Entonces, nos encaminamos hacia mi habitación.

***

Compruebo que todo está en orden antes de dirigirme a la puerta. Miro que Isaac se encuentra dormido en la cama, perfectamente arropado y cómodo, y suspiro cuando veo su adorable rostro apoyado en la almohada. Entonces, me despido de él con un beso en la frente y me alejo hacia la puerta.

Cuando la cierro tras mi espalda la silueta de Ethan me golpea de lleno en la cara.

—Ethan...Me has asustado.—Digo sin saber muy bien qué decir e intento mantenerle la fría mirada con la que me observa.

—Se tiene que marchar.

—Pero él es...

—Sabes lo que está pasando, Aria.—Dice con el ceño totalmente fruncido.—Mi culpa fue confiar en ti.

Aprieto los dientes, notando la punzada en el pecho pero pretendiendo que no lo note.

—Yo no tengo la culpa de que esté aquí.

—Sí la tienes.—Dice.—Le llamaste. ¿No es cierto?

—No.—Digo tajante.—No lo hice. Te prometí que no lo haría.

—También me prometiste no hacer más estupideces, y esta es la que se lleva el premio.

Le fulmino con la mirada.

—Necesito que alguien de mi vida esté conmigo, Ethan.—Murmuro con enfado.—No puedes pretender que esté bien si pierdo a todo el mundo que quiero. Mi familia...Mis amigos...Mi novio...

Aprieta su mandíbula, tanto, que temo que la vaya a partir.

—Esto no es un juego de niños, Aria.—Pronuncia.—No puedes pretender solo pensar en ti cuando hay miles de personas en peligro.

—¡Lo intento!—Exclamo, con los ojos borrosos por las lágrimas contenidas.—De verdad que lo intento...Pero es que...

—Es que qué.

Desvío la mirada.

—Es que yo no soy como tú.—Confieso.—No soy como Derek, o como Gemma...No soy como ninguno de vosotros. Yo soy débil.

Frunce el ceño con más énfasis.

—No eres débil, Aria.—Susurra.—Y no lo digo por joderte. Lo digo porque le pones a él en peligro también. ¡Nos ha puesto en peligro al venir aquí!

—Lo sé.—Suspiro, dejando que las lágrimas caigan sin detenerlas.—¡Maldita sea claro que lo sé! Pero es la única persona que me queda a parte de mi hermano. Si lo pierdo a él...¿Qué demonios haré?

Niega con la cabeza, esbozando una ligera sonrisa sin humor.

—No es justo, Aria.—Dice.—No estás siendo justa.

—Ethan...

—¿De verdad? ¿De verdad es la única persona que se preocupa por ti?—Me mira con furia y me quedo sin decir nada intentando tragar con fuerza.—Pues muy bien.—Se echa hacia delante, dispuesto a desaparecer del pasillo y de hecho lo hace, dejándome con las mejillas empapadas de lágrimas.

—¿Ethan adónde vas...—Susurro mientras le admiro coger la chaqueta de cuero del perchero y acercarse a la puerta.

—A asegurarme de que este capullo no la ha cagado lo suficiente como para joder todo el plan.—Dice y el corazón se me acelera cuando lo veo abrir la puerta de la entrada.

—¡Ethan!—Exclamo sin alzar la voz y su mirada furiosa se fija en la mía, poniéndome la piel de gallina.—Por favor, Ethan...Te lo suplico. Solo déjale hasta mañana...

—Que duermas bien.—Es lo último que dice antes de salir por la puerta y dejarme aquí de pie mirando la puerta como una estúpida.

¿De verdad va a ser capaz de irse ahora?

Me intento convencer de que no, de que Ethan es lo suficientemente listo como para saber que no es lo correcto ni lo inteligente, pero mi corazón se acelera por los nervios de verle marcharse tal y como está haciendo.

—¡Ethan!—Grito con desesperación mientras me da la espalda montado en la moto. La lluvia cae sobre mí como un balde de agua fría a pequeñas gotas heladas, y aunque me muero de frío aquí fuera no me concentro en nada más que mirarle perpleja.—Los amigos no hacen esto. No me puedes hacer esto...

Mis lágrimas se mezclan con la lluvia, y no le doy importancia a que me esté empapando bajo la fuerte tormenta aquí fuera.

—Los amigos tampoco hacen lo que tú me has hecho.

Acelera con la moto de un golpe brusco, se ve que cargado de rabia, y me deja aquí de pie, con el pelo goteando chorros de agua, con los ojos tan borrosos que no logro distinguir su silueta alejarse, y con el corazón casi tan congelado como mis pies descalzos.

GUARDAESPALDAS •¡YA A LA VENTA!• ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora