CAPÍTULO 45

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Mi cabeza da vueltas, casi tantas como las que estoy dando por todo el salón. Mis manos están inquietas, al igual que mi cabello suelto cayendo sobre mis hombros.

Mi respiración es agitada y no puedo dejar de mirar el reloj de la pared deseando que llegue la hora de regreso de Ethan.

No dijo a donde iba, ni cuando iba a llegar, básicamente porque seguimos sin hablarnos.

Hace casi dos semanas de mi charla con Caín, y puedo jurar que durante ese periodo de tiempo he analizado todo, pero absolutamente todo, lo que es bueno que haga y lo que no debo hacer.

Lo primero, es hablar con Ethan.

Hace casi tres semanas que no me fundo en su mirada azulada, y que no miro sus labios moverse con lentitud mientras habla. O que no siento ese incomodo impulso, pero no del todo, de removerle el pelo perfectamente peinado solo para que finja enfadarse conmigo y se acerque a mí para hacer que mis piernas tiemblen.

He recordado nuestra mágica noche antes de la aparición de Isaac y no puedo evitar echar de menos su tacto sobre el mío como si de algo habitual se tratase.

Llevo dos días preparando nuestra conversación, imaginando sus respuestas y las mías que deben seguir a sus seguras respuestas sarcásticas. Pero es imposible, Ethan Blake es imprevisible, y mucho más si está enfadado.

Cuando llegan las doce de la mañana me levanto con ímpetu del sillón. Con las manos pegadas a la sudadera extra grande que llevo puesta y la boca seca de tanto hablar en alto.

Miro la puerta y luego la ventana, esperando ver su moto llegando o escuchar su motor rugir.

Pero nada, no ocurre nada. Pasan cinco minutos y sigo en la misma posición, con el doble de nervios que antes y con el corazón a punto de estallarme.

Suele llegar a esta hora, por ello confiaba en que si se juntaban las agujas en ese número él aparecería con un sobre de bollos como de costumbre.

Pero no pasa absolutamente nada.

Pasa media hora, y me decido por sentarme de nuevo en el sofá. Mis intenciones de hablar disminuyen a medida que pasa el tiempo, y de repente me olvido de lo que tenía pensado decirle.

Comienzo de nuevo a preparar la conversación, cuando la puerta se escucha abrirse a mi espalda.

Me giro con rapidez y sus ojos se fijan en los míos después de casi tres semanas sin hacerlo.

Una sonrisa tímida se construye en mi rostro, pero se tensa cuando la línea recta de su boca me da la espalda para dirigirse hacia la cocina.

Se escucha un estruendoso ruido y por un momento creo que es mi corazón rompiéndose, pero resulta ser la puerta de la cocina cerrándose. Bajo la mirada con desilusión, para después intentar aceptar que en efecto la he fastidiado y que de verdad está enfadado conmigo.

Me recuesto en el sillón con un suspiro largo y mis ojos recaen en la bolsa marrón que ha aparecido de repente en la mesa del recibidor.

Me quedo unos minutos pensando en cómo aparecer por la puerta y comenzar a hablarle, y no es hasta que construyo otra posibilidad de conversación cuando me levanto y entro en la cocina.

Está de espaldas, con los brazos tensos apoyados en el fregadero y la cabeza baja, como si estuviese tomando un descanso de su cabeza.

No se gira, pero sé por la forma de tensarse su espalda que ha notado mí presencia.

Finjo un tosido, y es entonces cuando se gira atacado casi como sorprendido.

—Hola.—Digo tajante.

GUARDAESPALDAS •¡YA A LA VENTA!• ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora